Mis noches son interesantes
Si tienes sesenta y un años y padeces la enfermedad de Lou Gerhig puede que la gente se pregunte qué es eso exactamente. A esto le añades un sintagma nominal que parpadea como un neón rojo: la esclerosis lateral amiotrófica.
Si, además, eres una persona que mantienes tu capacidad intelectual intacta, puedes decidir que vas a lanzarte a la experiencia de narrar tu acontecer diario. Se necesita no poco arrojo para contarse a uno mismo la verdad y poder asumirla.
Que te rascan donde te pican; que te ajustan el respirador Bipap a la nariz.
¿Catarsis? ¿Deseo de afrontarlo desde la sensación de que, con toda esa inmovilidad física -ahora es tetrapléjico-, puedes crear?
En las primeras fases de mi enfermedad, la tentación de pedir ayuda era casi irresistible: sentía que cada músculo necesitaba moverse, me picaba cada centímetro de piel, mi vejiga encontraba formas misteriosas de volverse a llenar y, por tanto, de tener que vaciarse a mitad de noche y, en general, sentía una necesidad desesperada del consuelo que representaban la luz, la compañía y el simple confort de la relación con otro ser humano. A estas alturas, en cambio, ya he aprendido a privarme de ello la mayoría de las noches, y el consuelo lo busco en mis propios pensamientos.
C-R-E-A-R.
Así es el relato de Tony Judt, del que puedes leer un episodio donde establece un diálogo con el lector. El relato concluye así, con esa carga de ironía positiva y pragmatismo que rezuma el texto:
Mis noches son interesantes; pero podría vivir muy bien sin ellas.
Imagen: Flickr.com.
[email_link]
Sin comentarios aún.
Añade tu Comentario