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16/07/2742

     Me desperté aturdida por la luz de los focos sin apenas poder ver. Poco a poco mis ojos fueron permitiéndome distinguir sombras borrosas que se movían de un lado a otro y empecé a escuchar unas voces. Repentinamente recobré la visión, pero seguía algo confusa, pues estaba tumbada en una cama y rodeada de unas cuatro o cinco personas que no perdían detalle de mis torpes movimientos tratando de situarme.

      Cuando fui lo suficientemente consciente pude imaginarme que estaba en un hospital, pero no era como los hospitales convencionales, lo que me hacía dudar. Me dirigí hacia las personas que me acompañaban en aquella sala para preguntar qué hacía yo allí, hasta que uno de ellos decidió responderme. Me dijo que había permanecido congelada unos 2500 años, pero ante tal asombro no pude controlarme y acabé por desmayarme. Al despertarme nuevamente fueron más cuidadosos a la hora de explicar mi situación, y poco a poco lo fui asimilando.

      Permanecí varios días en el hospital preparándome para la sensación que podría causarme salir de aquel lugar y encontrarme absolutamente perdida, como un niño pequeño en un lugar que desconoce. Esa inseguridad. Ese no saber a dónde ir ni qué hacer. Realmente no era una situación fácil y debía estar completamente preparada para ese momento tan delicado. Tras evaluarme los médicos del centro decidieron que podría estar preparada para enfrentarme al nuevo mundo. Al mundo de 2742.

     Al abrir las puertas mis ojos se abrieron de par en par. Estaba más atónita incluso de lo que me había llegado a imaginar. Naves espaciales para moverse de un lugar a otro a la velocidad de la luz, robots caminando entre humanos de una manera de lo más natural, y demás cosas que uno se imagina al plantearse un futuro no estaban allí. Para mi sorpresa lo único que pude encontrar fue una sociedad avanzada, culta, limpia y aparentemente muy agradable en la que los vecinos se saludaban de una acera a otra y en la que los perros corrían tras los gatos como siempre lo habían hecho. Era absolutamente normal pero, ¿entonces cuál era el cambio tras 2500 años?¿Tan solo una sociedad más moderna era lo que había cambiado? Realmente la mejora de la sociedad se debía al cambio tecnológico, según me explicó uno de los médicos. Tal y como él me dijo no fue tan solo el paso a una ciudad mejor y más limpia. Los nuevos descubrimientos en medicina habían cambiado por completo la mentalidad de las personas, los nuevos puestos de trabajo más informatizados requirieron una mayor necesidad de estudios y así formando una cadena la sociedad fue mejorando poco a poco. 

      Puede que el cambio no haya sido tan impresionante como todos nos esperábamos, pero sin duda era mucho mejor. Por fin se podía disfrutar de una sociedad agradable.

El Edificio

Le despertaba una luz muy tenue que dimanaba de las paredes blancas de su cuarto pero que era lo suficientemente potente para que el joven la percibiera anaranjada a través de sus párpados. Se levantó y notó que sudaba; había pasado una mala noche. Tenía la sensación de verse ahogado por el pijama mientras una gota de sudor frío corría por su frente. Pocas cosas había para él peores que sentir calor, ese agobio, la desorientación, el mal humor que le provocaba notar la sábana húmeda, el madrugar de la halitosis y ya por último su soledad. Aquel chico vivía rodeado de una tecnología que le facilitaba el día a día, que le mantenía aparte de todo lo malo y sin pensar en lo que verdaderamente le obsesionaba. Cualquier sensación extraña le hacía desestabilizarse.

Sin que aquella gota llegara a su ceja, la temperatura del aire acondicionado había bajado. Los pequeños circuitos electrónicos a modo de chips que le habían instalado en el cerebro meses antes, sabían de sus conexiones neuronales subconscientes antes de que tomaran forma de pensamiento;  Cuando tenía hambre y pensaba en tomar su desayuno, ya uno de sus «robots´´ le esperaban en la puerta de su cuarto con el menú que más le apetecía, preparado. Algo le decía que se había suprimido un mecanismo cerebral que su abuelo tenía y él estaba perdiendo, por el cual dependía de máquinas para sentirse bien. Ello suponía la primera de sus locuras.

Antes de comer, subió lentamente las cortinas blancas, permitiéndose observar su ciudad. Este, era un gesto absurdo, ya que se ordenador personal podría haber mimetizado sobre las persianas lo que sucedía allí fuera sin necesidad de subir el dosel. El joven prefería verlo directamente con sus ojos antes de que se lo enseñara una máquina. Sentir lo que sentían sus antepasados cuando eran ellos los que tenían que subir la cortina era algo que le hacía sentir humano. Esto era lo único que pintaba el instinto en su vida.

A través del cristal de su habitación pudo ver el edificio de en frente, el decimosexto piso, donde vivía su amigo. Este bloque de viviendas se encontraba relativamente cerca, a unos diez metros. Era un edificio de color azul, enorme, que no le permitía ver el resto de la ciudad, y tenía unos amplios balcones donde las decenas de vecinos salían a fumar su tabaco, o a coger el aire.

El chico sintió de nuevo una sensación de agobio. Su amigo no estaba. Para colmo, habían cambiado las cortinas de aquel piso, que tomaban ahora un color amarillento vetusto, con lo que el joven pudo deducir que su amigo se había trasladado. Seguro que también podría entablar una amistad con el nuevo inquilino.

El joven intentó relajarse, solo había sido una mudanza, nada más. Aquel piso había cambiado de dueño, seguro que alguien muy agradable que prefería las cortinas mugrientas y amarillentas se había instalado, nada más.

Quiso olvidarse de todo esto y se dio la vuelta para ir a desayunar, pero en ese momento fue cuando se abrieron las cortinas del piso de su amigo. Volvió a prestar atención. Salía al balcón la nueva inquilina, al parecer: una señora, muy mayor, de más de cien años, con la cara desfigurada por las arrugas que le surcaban la frente de un lado a otro, probablemente por haber trabajado al sol, que habría teñido en su piel ese color intenso. La vista de halcón del joven le permitió percibir todos los detalles de su rostro acaramelado. Aquella anciana le devolvió la mirada. Encendió un cigarrillo y miró a los transeúntes de la calle sentada en un sillón antiguo que guardaba en el balcón, bajo una sábana.

Al salir, la anciana había abierto las cortinas de su decimosexto piso y el joven pudo ver el interior de la vivienda. Predominaban las revistas del corazón sobre el tapete bordado de su mesa de café, también se podían observar numerosas colillas sobre un cenicero y algún que otro gato merodeando; Aquella señora había cambiado el decorado por otro más humilde y arcaico. Apenas había muebles, ni enseres imprescindibles tales como un ordenador personal o una pantalla táctil, ni lujos. Pero había algo en el hogar, que probablemente no era material, que le hacía pensar que la inquilina vivía felizmente. El sudor volvió a la cara del joven. Su drama floreció de nuevo.

Aquella señora seguía fumando un tabaco barato. Cuando por fin terminó de dar la última calada, sacó lentamente de su regazo una aguja de hilvanar y una almohadilla de hacer encaje, y se puso a coser.

Así estuvo durante varias horas. Y la señora seguía atenta a su burda tarea tradicional, y miraba de vez en cuando la habitación del jovenzuelo con un aire de soberbia y una sonrisa orgullosa que no molestaban a nadie mientras movía su mano de un lado a otro.  Tenía una cara muy dulce, probablemente fruto de la felicidad que le daba vivir de esa manera, supuso el chico desde la distancia.

Sonreía mucho mirando a las hebras. Aquel joven, que mantenía un rostro melancólico, presionaba un botón y cerraba la persiana.

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