Perrejos.

Había una vez un perro que vivía en el tranquilo pueblo de Teror. Como la mayoría de los perros, se pasaba el día cazando pequeños animales para comer y durmiendo en cualquier sitio más o menos tranquilo.
Después de dos días seguidos sin nada que comer, muerto de hambre, se echó una siesta debajo de un árbol. Su instinto animal le despertó al oír un movimiento acelerado entre la hierba del extenso terreno que se expandía hasta llegar a un hermoso barranco. Sin pensarlo dos veces, se levantó y fue detrás de ese pequeño animalito que corría para salvar su vida.
Con un rápido movimiento abrió su enorme boca de carnívoro y atrapó por el cuello al pobre conejo. Lo llevo hasta el árbol donde momentos antes había estado durmiendo, pero, de repente, cuando lo soltó y miró esos grandes e indefensos ojos, se dio cuenta de que no era un conejo, sino era una joven conejita que había estado jugando. Sintió pena por ella y le perdonó la vida.
Pasó el tiempo, y acabaron teniendo pequeños perrejos.

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