Apenas cinco segundos. Esa mínima cantidad de tiempo comparada con lo lo que dura una vida humana. Lo que se tarda en tomar aire para exhalar un intenso suspiro, cargado de sentimientos. Ese momento. Fue lo que tardé en saber que necesitaba estar el mayor tiempo posible a tu lado. Fue lo que tardé en asimilar que no podría volver a respirar si tú no lo hacías a mi lado. Fue lo que tardé en darme cuenta de que tú no eras mi media naranja. Eras mi naranja entera.
Pero, ¿Y si tú no pensabas lo mismo? ¿Y si tú no sentías lo que yo percibía de cada fibra de mi ser? ¿Y si ya había otro que ocupaba tu corazón, y te amaba como yo anhelaba que me amaras? ¿Y si me amabas, pero después, por alguna locura propia de la edad, dejabas de amarme? En ese caso, mi vida no podría ser más infeliz. Triste. Gris. Oscura.
Lo supe en aquel momento. Posiblemente querría a otras, pero ninguna ocuparía tanto pensamiento, tiempo, cariño, afecto, amor y devoción como tú habías conseguido que sintiera, únicamente con tu mera existencia.
El tiempo pasa, pero los sentimientos no cambian. Sigo sintiendo. Sigo viviendo y desviviéndome por ti. Sigo siendo el único que te ama con tantas ganas.
Te acompaño cuando estás sola. Te doy afecto cuando necesitas cariño. Te doy vida cuando crees que nada merece la pena. Te ayudo cuando estás perdida.
Pero, desde hace unas semanas, el que necesita que lo devuelvan a la vida, el que necesita que lo apoyen, el que necesita que lo amen, soy yo. Y esta vez, tú no estás ahí. Estoy muerto, podrido de odio por dentro.
Esa fatídica enfermedad, por aquel fatídico viaje. Esa estúpida picada, de aquel estúpido mosquito.
El mundo se equivocó. Aquella muerte era errónea. Innecesaria. Increíblemente dolorosa para un ser que te amaba más que a sí mismo.
Por eso te escribo desde aquí. A las puertas del cielo, pero viviendo en el peor de los infiernos.
Un dolor atroz me acusa y me acuchilla el corazón, volviéndolo negro. Negro azabache, opaco. Sin belleza alguna. Sólo dolor. Dolor y más dolor. Por lo que pudo ser y no fue. Por lo que debió ser y, por causas ajenas a nosotros, no acabó siendo como debía.
Espero que esta carta llegue a las manos de alguien que pueda aprender de mi error. No haberte protegido como debía haberlo hecho. Como merecías.
Eras la causa de mi vida, y lo que provocó mi muerte.
Te amé, te amo, y te amaré más allá de la muerte.
Por ti. Contigo. Te encontraré, Mamá.