El orgullo separa más que la distancia.
Ella como siempre se tragó el orgullo, se armó de valor e hizo caso a sus impulsos, fue a su casa pero no se atrevió a tocar, esperó y esperó en el portal hasta que él salió.
-¿Cómo eres capaz de olvidarme tan rápido? – preguntaron los labios rojos de Isabella temblorosos.
Él simplemente respondió entornando sus ojos verdes en una profunda mirada de odio, celos, dolor y amor; sin motivo aparente alguno.
-¿Qué tal te va con el orgullo? ¿Besa mejor que yo? ¿Qué tal con tus amigos? ¿Sigues haciendo caso a su opinión? – continuó ella aún sabiendo que no recibiría respuesta alguna.
Él miraba con incredulidad a todas partes, y de repente una lágrima resbaló por su mejilla. Ella se quedó anonadada. De repente el cielo se tornó gris y empezó a llover a cantaros. Se quedaron mirando fijamente por horas, sin decir nada, como dos perfectos desconocidos; y finalmente cuando paró de llover, Isabella recogió en un moño su largo pelo dorado le miró y dijo:
-Sigo siendo todo lo que necesitas, pero que no tienes por orgullo. Y lo seguiré siendo.