-¡Aaah! -grité con todas mis fuerzas.
O eso pensé yo, pero nadie vino a mi habitación.
-¡Mamá, papá! ¡Ayúdenme! -grité casi llorando.
Nada, ni se inmutaron. No sabía qué hacer, me iba a dar un ataque. En el espejo mi cara era rosada y redonda, mi nariz era la de un cerdo y de mi cabeza salían dos gigantescos cuernos que parecían ser de cabra al igual que mis piernas, que ahora eran peludas y finalizaban en unas horribles pezuñas. Mi tronco era el mismo de siempre pero..¡con unas enormes alas de mariposa en la espalda! ¿En que extraño ser me había convertido? Estaba asustada, muy asustada. De repente, mi hermano pequeño abrió la puerta de mi habitación y al verme salió corriendo mientras gritaba:
-¡Papá, mamá! ¡Un cerdhumaripabra! ¡En la habitación de Eli hay un cerdhumaripabra!
Silencio, no escuché nada más hasta al cabo de pocos segundos cuando aparecieron mis padres y mi hermano muy enfadados. Comenzaron a empujarme y a pegarme mientras decían «Eli…,Eli…,Eli…» repetidamente hasta que se convirtió en un susurro y desapareció. Cerré los ojos y los volví a abrir de un brinco. Mis padres gritaban mi nombre desde la cocina y mi hermano me zarandeaba mientras veía la televisión y decía:
-De mayor quiero ser un cerdhumaripabra.
No entendía nada. Miré la televisión y me di cuenta que mi hermano estaba viendo la serie de dibujos animados ‘Martín, Martín’. Ahora todo tenía sentido.
Desirée Serrano Santana, IES La Isleta
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