Bruscamente me recosté en el respaldo de la silla y suspiré de alivio.
Había terminado de escribir una carta de amor, y fue más fácil de lo que me pareció en un principio, solo tenía que explorarme, sacar todo lo que sentía y escribirlo en una hoja de papel.
La carta era para la dulce chica de pelo rubio y largo, que veía en el parque todos los días, mientras ella me contaba lo que había hecho en la semana, y yo contemplaba, embobado, el iris negro como el azabache, que contrastaba con su pálida piel blanca, como la nieve.
Muchas veces había intentado explicarle mis sentimientos, pero cuando la veía, se me esfumaba la valentía, como si el viento me la hubiera quitado, para acobardarme y luego, en mi casa, regañarme internamente.
Por eso mismo me encontraba aquí, sentado frente a esta ventana que dejaba ver los verdes campos, iluminados por un hermoso atardecer. Sin embargo, yo no miraba aquello, sino un poco más abajo, sobre la mesa, un simple lápiz, y una hoja, en la que escribí con el corazón, la carta de amor.
Después de un rato de duda, me dispongo a leer, por primera vez, el resultado de lo que salió de mi alma…
«Querida Elena:
No sé cómo empezar, principalmente, por el hecho de que hay muchas cosas que explicar, y la mayoría son difíciles de expresar o de entender.
Nos conocemos ya desde hace un buen tiempo, y a lo largo de este me he dado cuenta, que siento algo, desde el primer momento en el que te vi aparecer. Aún me acuerdo, como te acercaste a mí con el propósito de darme un folio que se me había ido con el viento, y parado cerca de tus pies. Recuerdo como me miraste con esos ojos negros como el carbón que tanto me gustan, y me hablaste con esa melodiosa voz que nunca puedo quitarme de la cabeza.
Desde ese mismo instante supe que sentía algo, y que quería verte siempre, oírte, o incluso oler el intenso perfume a vainilla que llevas impregnado en la piel.
Siempre he pensado que la palabra «seguro» nunca es efectiva, ya que nunca se puede estar totalmente seguro de algo, pero, sin embargo, ahora mismo te puedo decir, sin cavilaciones ni duda alguna, «Estoy seguro que de ti me he enamorado».
De: Steve»
Lucía González Denez