Monthly Archives: mayo 2014

No sé por qué recuerdo…

No sé por qué recuerdo el día que fui a comer a casa de mi tía abuela. Era muy pequeño y mi padre me solía ir a recoger al Colegio Pueris a las dos los viernes y me llevaba a la nueva casa de mi Tía Sofía comer. Recuerdo que el primero era un plato de lentejas, en un plato hondo blanco, y que tenían un color marrón claro, no como chocolate, sino muy amable para la vista. Rememorando su sabor ahora me resultaría delicioso pero en ese momento no me gustaba, ahora recuerdo su sabor y me encantaría tener una cucharada en mi boca. Las lentejas eran suaves, aunque yo las repudiara en ese momento, pero con las verduras que las acompañaban estaban bañadas en un líquido aceitoso, que fluía entre ellas y arrastraba a alguna que otra cuando cogía una cucharada. No recuerdo muy bien su olor, pero era embriagante, de este tipo de aromas que a uno alimenta sin haber probado siquiera las lentejas. La mesa en la que estábamos sentados era blanca y cuadrada, pegada a la pared, disponible para tres ocupantes. Tía Sofía estaba fregando o haciendo otra cosa relacionada con la disciplina culinaria mientras su bastón la acompañaba de aquí para allá. No sé porqué recuerdo cuando llegaron sus nietas y yo, muy pequeño, me puse a jugar con ellas y me cogían y daban la vuelta, poniéndome boca abajo, como si hiciera el pino, luego me elevaban hasta la lámpara del techo y la figura de mi tía abuela, con el bastón en la mano, de espaldas a la ventana. Sofía es recriminaba la acción, diciéndoles que me bajaran de las alturas. No sé porqué lo recuerdo, me es un misterio. Pensaba que lo había olvidado.

En la azotea de la Biblioteca…

El viento era del norte, de vez en cuando soplaba el aire fresco y las voces que oía desde la azotea eran silenciadas en detrimento de ese ente invisible. Había tantos coches, que el verlos hacía que me doliera la cabeza: era imposible seguir a cada uno de ellos ya que mis ojos no daban para más, ese mareo me hacía sentir náuseas, unido con el olor de los tubos de escape que, inevitablemente, el viento del norte traía hacia mí hacían que el estomago se me encogiera y necesitara apoyarme en la balaustrada que cercaba el lugar. Había un silencio ruidoso, callado pero con sonidos que, de no ser por mis náuseas, hubieran pasado desapercibidos; pero dado mi estado eran amplificados: el canto de un pájaro era un martillazo, el sonido de los coches una apisonadora, el de las tablas de madera, entes invisibles. Sólo quedaba el latido de mi corazón, voz de mi conciencia, que quedaba como único testigo del momento presente.

¿El corazón o la mente?

Después de tanto tiempo, hoy quiero confesarte la verdad. Aún me duele, es verdad… aún, pero lo que más me duele es saber que antes de todo tú, eras mi héroe. Ahora que estoy aquí sentada mientras escribo esta carta o reproche, quiero liberar tantas emociones y sentimientos guardados, desde hace ya tanto tiempo.

No te diré que todo lo que me hiciste estuvo mal, pero tampoco te diré que estuvo bien. Me acuerdo aun cuando me escapé de casa por una discusión, no quería saber nada de ti la verdad ni si quiera iba a volver , ya sabes que tengo coraje para eso y mucho más, pero tu como siempre tan desafiante, me cogiste por un brazo y me arreaste el mayor cachetón que pudo existir en la vida , luego mientras yo gritaba ¡Por favor no!, fuiste a alguien que me quiere como si nunca hubiese salido el sol, y tan solo por defenderme recibió el golpe más seco, doloroso e inquietante que mis pupilas han podido ver. Mi cerebro no lo pudo asimilar… y mi corazón lloraba de dolor.
Eso no es solo una de las cosas que más odio, también decías siempre “limpia esto y lo otro” o “¡no haces nada!”. Quiero que sepas, que tú no haces las cosas perfectas y a pesar de ello sueles creer que no tienes ni un solo error, ¡Te equivocas! , estas lleno de errores no creas que eres el mejor mira a tu alrededor todos somos como tú ¡Y tú como todos!

Además de todo lo que nos hiciste a él y a mí, todavía no puedo olvidar como estabas tan metido en tu mundo de “la casa”. Eso era y es todo para ti, es como la cocaína que no puedes dejar, es parte de ti, es tu “obsesión”. Duele ver a una madre luchando por ti y que tú le hayas rechazado, humillado y sobre todo aplastado, me arrepiento de haberle hecho eso a mi verdadera heroína, la mejor, mi madre… Tantas veces luche contra ella solo por ti, y tú la bestia más horripilante que ha existido tuviste la fuerza como para rechazarme en aquel día tan importante. Después de no hablar con tu hija 6 meses seguidos, llega el día que todo hijo espera para hacer algo especial a alguien como tú, y me rechazas ¡No tienes perdón! Eso fue la gota que colmó el vaso, ahora estoy en una situación que por tu culpa, mi niña interior no puede para de llorar solo por el daño que has causado a todos aquellos que te han amado, no le deseo el mal a nadie pero recuerda: “Dios pone a cada uno en su lugar, mejor tarde que nunca”.

Por si no te diste cuenta, no puse tu nombre en este reproche ¡Sí, esto es un reproche y me atrevo a decírtelo! No lo puse porque eres un innombrable para todos, nunca te daré aquellas cartas pidiendo perdón, no te lo mereces. Piensa que has perdido una hija, ¿Pero a cuantos has perdido ya?

No sé por qué recuerdo…

No se por qué recuerdo aquella cena de navidad en casa de mi abuela. Era como otra cualquiera, la familia volvía a estar reunida y se esperaba una tranquila velada cargada de cariño familiar ofrecido por tales fiestas.

Esa noche, veinticuatro de diciembre, hace frio, más del habitual para esta isla. Llevo los pantalones que me regaló mi tía hace poco por mis buenas calificaciones, y una camiseta roja con un escudo, de procedencia desconocida, en la manga , que aún descansa olvidada en mi armario. Estoy tranquilo, feliz de estar con mi familia. Me encuentro sentado en la mesa. A la izquierda mi madre, a la derecha mi padre. Yo siempre tan cuidado por los míos… Levanto la vista y veo los humeantes platos que esperan pacientemente a que todos los comensales tomen asiento. Somos casi veinte personas y no cabemos muy cómodamente en el estrecho salón, pero la costumbre de año tras año nos hace poder apañárnoslas. Todos comen lo mismo, todos menos yo. Una sopa de marisco, a la que soy alérgico, así como a las deliciosas (o eso me han dicho) ostras que alberga en su interior.
Comenzamos a cenar y cojo algo de jamón serrano, cortado hace unas horas por mi padre, y una suerte de rollitos de salmón rellenos de queso philadelphia que me encantan. Los cojo con los dedos y los devoro. Sin embargo, no puedo evitar que se me desvíe la mirada y contemplo con una mezcla de añoranza imaginaria y curiosidad el plato de mi madre. Ella se da cuenta, me mira y en apenas un susurro me dice “Lo siento cariño, ya sabes que no lo puedes comer”. Me ofrece una de sus tranquilizadoras sonrisas y continuamos comiendo plácidamente hasta que mi bisabuela, casi centenaria, rompe el silencio con su voz estridente.
– ¿Qué pasa? ¿No lo puede comer?
– No, abuela- responde mi madre-, es alérgico. Ya lo sabes.
– Pues es una pena- responde mi bisabuela materializando un pensamiento que no me es ajeno en lo absoluto.
Tras la pequeña interrupción, la cena continua plácidamente y el choque de las cucharas contra los platos monopoliza todo el sonido de la casa. Yo, melancólico, sin apenas saber a ciencia cierta lo que significa esa palabra, vuelvo al jamón serrano que cortó mi padre y a los rollitos de salmón con queso philadelphia que hizo mi madre. Una Noche Buena como otra cualquiera.

Mi vida o yo

resonante

Aquella era, sin lugar a dudas, una nueva batalla

Cuando la llamaron del hospital a las pocas horas de haber salido de él, notó cómo su corazón daba un vuelco. En la pantalla de su móvil inteligente leyó: “Marta”, la joven doctora a la que conocía de las dos veces anteriores en las que había estado ingresada para tratarse del cáncer que, con paciencia, logró vencer. Se le heló la sangre y apenas podía reaccionar. Pensaba que aquella mujer tenía los resultados de las pruebas médicas a las que un rato antes se había sometido, y con solo pensar en una recaída en la enfermedad, su cabeza se llenó de imágenes dolorosas en cuestión de segundos. Otra vez no podía ser, no estaba preparada para luchar de nuevo. Cuando por fin descolgó el aparato, tras cinco tonos interminables, escuchó la voz delicada de su amiga con una entonación firme, muy seria:

—María, ven al hospital. Tu hijo ha tenido un accidente de moto. Está grave.

Aquella frase le golpeó su vientre con una vehemencia desmedida y sintió cómo su respiración se  cortaba. El teléfono se le cayó de las manos, que, como el resto del cuerpo, empezaban a temblar con ansiedad. Cayó rendida sobre el sillón, desorientada, y el mundo, al menos el suyo, se detuvo. Desde aquel instante deseó cambiar el destino aciago de su único hijo por el suyo, e imploró volver a sufrir el cáncer antes de que a él le pasara algo.

María, tan menuda, tan fortalecida por los golpes que había recibido a lo largo de sus cuarenta y siete años, supo entonces que si para algo no estaba preparada era para comprobar cómo aquel veinteañero perdía la vida; y que la opción ahora es la misma de antes: luchar. Ella estaba dispuesta a todo; también a preguntarle por qué a la vida. Su cuerpo ajado apenas mostraba los signos de la guerra y como una joven luchadora dio, quizá sin saberlo, el primero de muchos pasos en la que era, con toda probabilidad, una nueva batalla.

 

No sé porqué recuerdo….

No sé por qué recuerdo aquel día en Valleseco.
Aquel día en el que tan solo me recoste en los alto de aquel rugoso árbol a escuchar música.
No sé por qué recuerdo esa tarde en la que observé los reflejos verdes provocados por el sol que insidía en las hojas que me camuflaban. Admirando desde la tercera rama más alta del castaño como todo se movía al ritmo de la música que tronaba,de alguna manera, lejana , desde los cascos situados en mis oídos, Como hasta el agua de aquella pequeña fuente,bajo la sombra del árbol, fluía siguiendo la melodía de aquellas canciones.
Pienso a menudo,sueño incluso,en como mientras observaba el paisaje que se abría desde esa perspectiva, el momento se me hizo al tiempo eterno,.. y tan efímero. En como en algún momento contemplé las montañas de enfrente, en como el pequeño conejo pardo saltaba sobre la hojarrasca haciendo que los saltamontes se refugiaran en los arbusto, que daban pie a unas higueras extrañamente desnudas, cuando alli todo,parecia florecer. Hasta los sentimientos del mas recondito lugar de mi, en aquel momento,enclaustrado corazón. Cuando seguí el vuelo de un mirlo que liberó sus alas para viajar desde la higuera mas cercana hasta el cielo, ahora estrellado.
Este dejaba sus puertas abiertas, para que cualquiera, interpretara sus pautas, dando forma a respuestas,o mas bien las preguntas adecuadas…
Y en ese momento,cuando una fria lagrima rozo mi mejilla, roja por el mordiqueo del viento, me di cuenta de cual era la repuesta a las preguntas,que hasta entonces, no sabia que me planteaba:¿Quien soy realmente?¿Que es lo que quiero?

En aquel lejano lugar

No sabía como. No sabía por qué. El caso es que ella estaba allí, para bien o para mal ese dulce aroma a vainilla embriagaba todos mis sentidos. En aquel lejano lugar con las casas bañadas de un tono gris y el manto negro de la catedral como guardiana del tiempo. Era fácil perderse por las calles de esa misteriosa ciudad. Esa hermosa mujer de lento caminar, que pasaba por el parque de la fuente y admiraba la naturaleza a su alrededor, con sus ojos de toque caramelizado reflejaba las ansias de encontrar algo. Desde el banco donde la veía era fácil imaginar la vida de otra manera. No sólo por esa encantadora mujer que llamó mi atención, sino por todo en su amplitud. En esa tarde tan cálida, con pequeñas gotas que caían ante mis ojos, solamente me apetecía relajarme y ver el mundo pasar a mi alrededor. Descubrir por qué los filósofos disfrutaban tanto de la naturaleza, pensar sobre la vida y lo más importante, ver el mundo de verdad. La gente se identificaba bastante bien, algunos estaban como yo perdidos en su mundo escuchando una balada romántica, otros, con más suerte, se encontraban con sus parejas o familias paseando y pasando una fría tarde de ese inicio de verano. Los restantes eran paseantes de la vida, unos que en soledad iban con prisas y agonías, otros que estaban acompañados y no se daban cuenta porque realmente no querían estar ahí. En definitiva, mirar por un momento a mi alrededor me hizo darme cuenta de la variedad, de la verdad de las personas. Esa misteriosa mujer con labios rojo pasión, esa gente con tanta variedad de acciones y mi propia persona en ese pequeño banco del parque manifestaban una realidad, allí estaba yo, en un mundo casi de juguete, con personajes de toda clase llamados personas.

A destiempo

Las campanas del gran gabinete se pierden en el bullicio de la ciudad; el tintineo es indiferente para la pareja de jóvenes que ha perdido, desde hace un rato, la noción del tiempo. Una mujer esbelta y cuidada ahoga en los adoquines de la plaza sus tacones de plataforma, mientras corre detrás de su hijo pequeño, subido a uno de los muros que rodean la fortaleza de la infancia. Apenas se percata de que su reloj de muñeca se le ha caído. Hasta el cielo sube el olor de la variedad, protegido por una lluvia tímida e insolente que ha salpicado las lentes de un anciano, que ha perdido la oportunidad de cruzar al otro lado de la calle. Para él, la curvatura del tiempo no es ya una preocupación. La gran bóveda se ha trasformado en una paleta divina de tonos azules y grises, y no apremia la llegada de la noche. Las palmeras aplauden, como sorprendidas, la cadencia de dos caminantes extranjeros cautivados por el entorno y por el sabor de unos besos de nicotina que se intercambian. Ajena al amor, deambula el cuerpo ajado de una muchacha, sombra de sí misma, que busca entre la multitud un motivo, o varios, para que su tiempo no se detenga. Una hilera de coches apurados rodea la plazoleta, cuyo corazón está tomado por una corte de renacuajos que ignoran el paso de las horas.

Los minutos laten de una forma diferente en cada rincón de la ciudad. Pero es común que entre latidos y campanadas, pase la vida.

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