Fiera batalla aquella.

Los frenazos abundaban chirriantes al rededor de aquellos dos árboles, paralelos el uno del otro, a una cierta distancia, todo de un gris nítido e impecable,duradero, insignificante para muchos, notables para algunos cuantos, pero siempre permanente.

El buen aspecto de las nubes se había evaporado por completo.

Tan tranquilos  parloteaban sin cesar un grupo de jóvenes, tres de ellos con camisas negras se despistaban al ver una muchacha con paso firme y decidido, aunque a la vez, en su rostro, se lograba escarbar algo tímido, sin duda alguna las miradas se clavaron en su trasero, ¿Lo habrá notado? Camina rápido, detenerse no forma parte de su plan.

Los edificios desgastados, infelices, lloran por sus azoteas, polvo olvidado y jamás recordado, pues la belleza deslumbra cuando el poco sol inunda la blanca ventana, abierta de par en par alcanzando la facilidad para observar la tribu de escritores, todos absortos en su historia, despegar la cabeza del folio era ilegal, el viento, poco amigo del escritor, luchaba en contra del escribir, fiera batalla aquella… ¿Qué pensarán?

 

 

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