No se por qué recuerdo aquella cena de navidad en casa de mi abuela. Era como otra cualquiera, la familia volvía a estar reunida y se esperaba una tranquila velada cargada de cariño familiar ofrecido por tales fiestas.
Esa noche, veinticuatro de diciembre, hace frio, más del habitual para esta isla. Llevo los pantalones que me regaló mi tía hace poco por mis buenas calificaciones, y una camiseta roja con un escudo, de procedencia desconocida, en la manga , que aún descansa olvidada en mi armario. Estoy tranquilo, feliz de estar con mi familia. Me encuentro sentado en la mesa. A la izquierda mi madre, a la derecha mi padre. Yo siempre tan cuidado por los míos… Levanto la vista y veo los humeantes platos que esperan pacientemente a que todos los comensales tomen asiento. Somos casi veinte personas y no cabemos muy cómodamente en el estrecho salón, pero la costumbre de año tras año nos hace poder apañárnoslas. Todos comen lo mismo, todos menos yo. Una sopa de marisco, a la que soy alérgico, así como a las deliciosas (o eso me han dicho) ostras que alberga en su interior.
Comenzamos a cenar y cojo algo de jamón serrano, cortado hace unas horas por mi padre, y una suerte de rollitos de salmón rellenos de queso philadelphia que me encantan. Los cojo con los dedos y los devoro. Sin embargo, no puedo evitar que se me desvíe la mirada y contemplo con una mezcla de añoranza imaginaria y curiosidad el plato de mi madre. Ella se da cuenta, me mira y en apenas un susurro me dice “Lo siento cariño, ya sabes que no lo puedes comer”. Me ofrece una de sus tranquilizadoras sonrisas y continuamos comiendo plácidamente hasta que mi bisabuela, casi centenaria, rompe el silencio con su voz estridente.
– ¿Qué pasa? ¿No lo puede comer?
– No, abuela- responde mi madre-, es alérgico. Ya lo sabes.
– Pues es una pena- responde mi bisabuela materializando un pensamiento que no me es ajeno en lo absoluto.
Tras la pequeña interrupción, la cena continua plácidamente y el choque de las cucharas contra los platos monopoliza todo el sonido de la casa. Yo, melancólico, sin apenas saber a ciencia cierta lo que significa esa palabra, vuelvo al jamón serrano que cortó mi padre y a los rollitos de salmón con queso philadelphia que hizo mi madre. Una Noche Buena como otra cualquiera.
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