No recuerdo que edad tenía, no recuerdo que hacíamos allí, pero lo que si recuerdo era aquella imagen, aquellas palabras que mi padre me había regalado en aquél entonces.
-Papá, ¿por qué el agua de este lago es verde?
-¿Quien sabe? Puede que simplemente se haya cansado de ser azul o puede que alguien la haya teñido a propósito.
-¿Por qué alguien teñiría el agua?
-Quizás para recordar algo, ¿no tienes nada que quisieras que esté contigo el resto de tu vida?
Mirando el lago, pensé en la cuestión que mi padre me había planteado, ¿qué sería tan valioso como para teñir el agua de verde? quizás en ese entonces incluso yo mismo encontrara la respuesta, pero han pasado tantos años que no recuerdo cual era, ¿de qué servía todo aquello si no me recuerda nada? he vivido con la duda de qué pieza del puzzle es la que está teñida de ese color, pero nunca me he aventurado a buscarla. Quizás mañana vaya a ese sitio, quizás encuentre ese lago; quizás encuentre ese recuerdo.
Era un día especial para uno de nosotros; entre amigos, fuimos a celebrarlo y pasarlo bien, pero había algo que tenía mi cabeza distraída desde mucho antes y no era más que perseguir aquél lugar que tan fugazmente aparecía y desaparecía de mi memoria. Escalé colinas, bajé por los inclinados caminos y recorrí largas distancias bajo la fría lluvia en busca de aquello que era tan importante, ¿cuál era el recuerdo que esas aguas guardaban para mí, papá? Los árboles de por allí vestían una blanca capa de telas de araña y las hojas mustias obstaculizaban cada vez más mi camino, pero nada me detuvo en la búsqueda; no había nadie esperándome, no había una hora de regreso, éramos solo yo y mi objetivo. Pasaron las horas hasta que, detrás de una gran roca, se descubrió ante mí aquello que en tantas ocasiones había anhelado: un gran hoyo relleno de un líquido verdoso que se iluminaba a contra luz, una vida pasada que me volvió a encontrar después de haber aparecido tantas veces en mis sueños. Me senté allí, observando el lago, comparando la imagen que tenía aquél entonces con la que tengo ahora, y por fin lo descubrí: el recuerdo que le había prestado a aquellas aguas era algo tan doloroso que, inconscientemente, quise olvidar pero a la vez no quise que desapareciera. El reflejo de esas aguas eran el reflejo de un alma que había desaparecido de mi lado hace tantos años, una parte de mi corazón que me había abandonado y que mucho me costó en aceptar. Satisfecho, pero melancólico, abandoné aquél lugar no sin antes darle como préstamo otros de mis más preciados recuerdos, para que, más adelante, vuelva a ir en su búsqueda: ese recuerdo era todo aquello que había formado parte de mi vida hasta entonces y que atesoraba más que a la más grande joya existente.
-«Gracias por mantener mi memoria a salvo, adiós».
Relato de los recuerdos
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