Nunca imaginé lo bien que se siente salir de la ciudad, tumbarse en el césped en mitad de la noche y mirar el cielo estrellado: cada una de las luces en el firmamento brillaba con una intensidad distinta; había una que me llamó la atención por su gran tamaño y habría sido aun más tranquilo de no ser que…
-¡Azul! ¡azul! ¡compre sus hamburguesas azules condimentadas con arándanos azules y cereales Estrella azules!
¡¿Se puede saber qué hacía un vendedor ambulante en una colina completamente solitaria?! ¡¿y qué era eso de «hamburguesas azules con estrellas azules»?! ¡debería haber llamado a la policía, seguro que era otro de esos viejos verdes que buscaban atraer niños a su «tierra de la comida azul»! Decidí pasar de él y volver a mirar a aquella estrella… pero ahora se me asemejaba a una hamburguesa. Azul. Con estrellas azules encima. Y no paraba de oír a aquél tipo gritando «¡Azul!«. Odio mi vida.
A la mañana siguiente seguía oyendo ese «¡Azul!» en mi cabeza, así que decidí tomar un baño para aclararme… ¡y vaya peste! Al mirar por el agujero del desagüe, casi podía ver como unas lineas verdes del «mal olor» salían de sus entrañas; sin duda, era el círculo de los malos olores. Casi caigo desplomado, ¡estoy seguro de que el gobierno podría usar esto como arma química! Salí corriendo a por un poco de líquido anti cal y algo de menta para aliviar ese infierno olfativo y luego de terminar mi ya no tan placentera ducha, arreglarme y partir hacia la calle, una leve voz recorrió mi oído e hizo temblar mi espina dorsal.
– Me gustan los chicos jóvenes y… sin ropa.
¡Por Dios! ¡mis hormonas se dispararon al sentir esas palabras en mis oídos! ¡era la cosa más sensual que me había pasado en toda la semana! pero para mi desgracia, no se trataba de nada más que una broma callejera hecha por unas personas con poco respeto hacia la vida sexual de la gente. Como compensación, me regalaron un melocotón que compraron en la frutería de al lado; no sabía que un melocotón podía ser tan… ¿metálico? se sentía como si estuviera sosteniendo un imán enorme, aunque no pesaba nada pero claro, ¿por qué me iba a fiar yo de alguien que hace nada me gastó una broma? ese «melocotón» era en realidad una esfera que de repente se abrió y soltó un olor casi tan terrible como el de mi bañera, dejándome atontado y haciéndome correr mientras aquellas horribles personas se reían a más no poder mientras me grababan. Tomo nota: los círculos son horribles y huelen a cloacas.
Caminando mientras ocultaba mi rojiza cara por las calles de Manhattan, oí como una madre tranquilizaba a su hijo, que se había puesto a llorar luego de ver a un publicista vestido de un Bob Esponja anaranjado y macabro -era, sin duda, el peor disfraz del mundo- mientras el enorme personaje de dibujos se sentaba en un banco a reflexionar sobre su carrera artística, asumiendo que no tenía futuro con los niños. El bebé seguía llorando y yo seguía mirando al mal disfrazado Bob mientras parecía que este también lloraba; no sabía que las lágrimas podían ser tan… anaranjadas y esponjosas, pero no aguantaba más esa escena tan dramática y casual así que intenté pensar en algún sitio donde ahogar mis penas: ¡Eureka! ¡el teatro abandonado! ¿qué mejor destino que una sala enorme y solitaria donde relajarme un momento?
Ingenio de mí al pensar eso. Aunque el tener esa idea me produjo una ligera satisfacción en mis partes genitales… debería ir al psicólogo.
Al llegar por la puerta trasera -la única que no estaba cerrada con candado- y plantarme en escenario, mi cara de asombro no daba para mas: ¡había un maldito big foot con la gorra de los New York Yankees puesta y un perrito caliente -lo peor de todo: solo llevaba mostaza- en la mano! ¡esa cosa se giró hacia mí y me ofreció un bocado! ¡Un. Big. Foot! pero listo de mi, en vez de salir corriendo de ese lugar -que es lo que debería haber hecho- le presenté a mis dedos: Eustaquio (meñique), Fernandino (anular) Caralmendra (corazón), Mr. Smith (índice) y Jhonny el solitario (pulgar), y luego de presentárselos de la forma más cordial posible, los escondí a todos menos a Caralmendra… ¿¡A quién se le ocurre hacerle eso a un big foot en Manhattan?! ¡se levantó corriendo y vino hacia mi a toda velocidad! que suerte que dos agentes policía me habían visto entrar al teatro y me siguieron; detuvieron a esa fantasía de los conspiranoicos y me llevaron a comisaría a hacerme un par de preguntas.
Me llevaron a una sala con dos micrófonos, donde me esperaba cualquier cuestión menos las que me hicieron:
-Bueno, así que te gusta estar en sitios prohibidos y pelearte con seres fantásticos, ¿qué piensas de Donald Trump?
-¿Qué?
El policía apartó el micrófono me dijo en voz baja:
-Verás chaval, estamos en mitad de las elecciones y la opinión del pueblo es importante, necesitamos entrevistar a cuantos más, mejor.
-¿Pero eso que tiene que ver con…
-¡Bueno! ¿vas a responderme?
-…pues la verdad, es un imbécil: solo sabe hablar de que Estados Unidos es el mejor país del mundo, que hay que echar a todos los que nos sean de aquí, que odiemos a los mexicanos y que todos los peluquines rubios son geniales. Si tuviera que desearle algo, es la vida mas larga y agonizante que haya tenido nadie en su vida; es casi tan odiable como el dictador este chungo de Corea del Norte.
-Vaya, que… inesperado, en todo caso, ¡gracias por tu contribución! En agradecimiento, te dejaremos transmitir por radio cualquier canción que elijas, ¡todo el país escuchará tu melodía!
Estaba ya harto de todos esos sucesos extraños, harto de toda la gente a mi alrededor y con una ira contenida que me quería hacer explotar, así que sin cortarme solo respondí:
-Revolution 9, de The Beatles.
Cuando volví a casa, podía ver como todo el mundo apagaba sus radios o las tiraba por la ventana; les di la satisfacción de dejar la dependencia a esas tonterías de programas y no volver a hablar de Donald Trump en lo que quedaba de día, me sentí un héroe, pero mejor me sentí cuando por fin pude acostarme a dormir y dejar pasar lo que sería el día mas extraño de mi vida.
Reto «la piscina».
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