Sus ojos marrones me escrutaron de arriba a abajo y sentí como, por primera vez, un calor reconfortante recorría todo mi ser. Había sido la sola mención de mi nombre, la manera en la que sus labios se formaban al pronunciarlo, lo que me había hecho ver que, quizás, había algo valioso en mí.
Después de tanto tiempo sin sentir emoción alguna, de vivir como si estuviera en un círculo vicioso de monotonía, su sola presencia me hacía sentir fuegos artificiales en mi interior, me hacía sentir como si estuviera en casa.
Mi hogar no era un lugar, era una persona.
Sofía Núñez.
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