Los cuentos de la inocencia II

II.

Y mi cabello palpita en este océano perdido, esperando que en algún momento los portales submarinos desprendan la llamada luz purpura que se puede ver en las noches más oscuras irrumpir fuera de las aguas y dominar territorios aéreos.

Me sumerjo lentamente en el gélido mar, siento el frío, frío que se convierte en nubes acosadoras de calor. Mi cabeza bajo la marisma borra todo signo de recuerdos malvados, mi cuerpo prendado se desnuda y no tiemblo de  frío ni me causa dolor el calor, era sentir la nada volar alrededor mío, y tener la sencilla sensación de que yo era el que rodeaba a toda aquella materia que no llegaba a tocar.

La presión me degrada a lo más profundo, y llego al portal, decorado con ramas de árboles de piedra limpia, con un suelo de baldosas con laterales rotos y crecientes musgos verdes y amarillos que hacían el tacto de mis pisadas como el caminar por almohadas de plumas de negras gaviotas, cuando me acuerdo, de que no puedo respirar.

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