Hace muchos años, la morbosa seda se teñía de rojo con la herida al descubierto en su estómago.
La blanca espuma fue extinta en cuestión de segundos por un brutal y sanguinario arrebato de color. Observando el acabado cielo, su imaginación le permitía crear estrellas que parecían acercarse a su dilatada pupila. En la oscuridad del campo, sonaban gritos de grillos y sonatas de disparos rondando por los alrededores, devorando la hierba y agujereando al riachuelo que se llevaba la sangre y la tela manchada.
Su respiración se acelera, el pecho le palpita como si su corazón se abriese paso entre las gastadas arterias que lo encarcelan.
Parece que nunca llegará el amanecer, y en el afluente siempre correrá la vitalidad de mi amigo, escondido entre las cañas y las lavandas. El tiempo no aparece, me golpea en este sueño, no hay hora de despertarse, cabalgando por las fronteras del claro, el viento aúlla a los claveles tristes, y a las rosas pisoteadas
Nunca más importará, ya no lloraré entre mojadas piedras y flores de clavo, ya está muerto.
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