La femme fatale

Ella se cree dios con sus caderas de marfil, meneándolas por todo el salón donde yo dormía. Sus pasos estridentes hicieron que abriera con enfermedad y lentitud mis ojos empañados por la candente luz de las lámparas con poca iluminación.

Se tumba en el diván a la claridad de la sombra, con una postura sensual ella se inclina para quitarse sus ataduras, posando sus pies con caricias sobre la tela del asiento. Su seguridad impregna el aire de la tortuosa y acalorada habitación, dejándome inmóvil en la brutal butaca con mi libro medio abierto.

Me pone nervioso su presencia en este cuarto, y a la vez me fascina la soltura con la cual parpadea, sigue ahí, postrada sin falta de aires ni carente de pesos, observando con lujuria las palpitaciones en mi pecho.

Mueve su brazo con ligereza y apoyando la mano en su cabello, forma remolinos de bellos candentes y rubios entre sus dedos.

 

-¿He mencionado que estaba desnuda?-

 

Una piel a la vista deseosa de palpar, y a la mente ansia besar y morder sin causar molestias que la arruinen.

Mi deseo me hiso levantar con brío, como si se me tratara como una marioneta al servicio del placer, del pecado. Caminando con miedo hacia la mesilla que se encontraba en mitad de nuestros caminos, sobre esta había una libreta y un carbón gastado. Pues al no poder poseerla, empecé a retratar a su esbelta belleza.

Acaricio el papel con soltura, imaginando las posturas de sus brazos, el apretar de puños al causar calor a su frío cuerpo, y querer besar sus hombros. Sus tobillos, parecen estar jugando con el aire.

 

Ya casi es medianoche, se agrupan sus labios, expulsando un aire florecido de primavera, deseo que lleguen a chocar con mi cuerpo sus respiraciones provocadoras y placenteras, que me tentan.

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