Los infortunantes racimos de pieles

El cielo se pierde, los pájaros cantores risueños se despiertan de su densa siesta al abrigo de la paja y las ramas.

El aire se escarcha, pues la podredumbre deja existir los campos de zarzas rojas y de la peste del pestifero. ¿Acaso estas gentes no temen el frío?, alzarprimar, !oh! vuestras viles pieles y horcas, que el frío de la helada no queme con mirada fija los corazones despojados de hogar cómodo, que no queme con vejez y sequedad agrietante ¡oh! sus sentimientos incurables.

Fundo este valle se adentra hacia la brumosa niebla del horizonte, el ambiente que antes era robusto, se torna en un viaje de terror con la brillante sangre que guardan los grilletes de las zarzas rojizas, y los espacios negros que surgen en la niebla, dando a la imaginación la absurda idea de que un telón aguarda su alzamiento tras aquel muro de soledad blanca, para dedicar una obra sádica y burlesca.

Se despoja de su sayo de plumas un pájaro, posado en un árbol quemado por el alcohol derramado entre sus raíces.

Parece una criatura pidiendo auxilio, y tras de el habitan una quincena de más de esos seres rellenos de ceniza coagulada que exprime el bienestar de estos nuestros campos.

Cambiad mareas que inundan nuestros caminos.

Arribad vientos, llévense presto la niebla secreta con sus burlas.

¡Oh!, podredumbre, campesinos, arrebatad la tierra a la raíz de la sangre, con acheta en mano despodadla de púas, sus flores y oxigeno cual marchita, que muera, que se juzgue, que se retuerza muerta la zarza roja.


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