Autor: Adrian

  • Laura

    Laura, eso repetía el viejo Leopold a todas horas. Balbuceando en su cama enfermo de Dios sabe que, y sin querer comer si no era yo o la enfermera a la fuerza de tenazas en la boca y cuchara en mano.
    Le quedaba poco eso sí. Pero parecía estar muerto ya. Levantándose de la cama con un andar lento para colocarse en la butaca que daba a la ventana.
    Se la quedaba mirando horas, y no pude resistirme a preguntarme, que es lo que miraba con tanta quietud y abstinencia para cumplir cada día aquel rito.
    El doctor Edgar decía que el insomnio que tenía le producía alucinaciones y las ganas de no comer señalaban una fuerte depresión, su falta de habla era agónica.
    Tiempo atrás la casa cobraba brío. Llena de colores en todas sus habitaciones, incluso en el váter. Colocaba sin parar durante todo el día viejas canciones que ya el mundo ha olvidado, y yo le preguntaba quienes eran los que producían aquella melodía. Con ojos abiertos como platos me miraba con una seria cara cómica.
    -¿No sabes quienes son?- Me decía
    Y echaba a reír con una corta risa.
    Después de aquello, me contaba historias de tiempos pasados. De cuando era joven.
    Que tristeza me recorría el pecho saber, o al menos creer que aquellos tiempos no volverían.
    Me intentaba animar pensando que se habían perdido, y que de algún modo, encontrarían el camino para volver a casa.
    Por las noches, abría despacio la puerta de su cuarto, lo suficiente para que solo cupiera mi ojo en la abertura.
    Con la luz apagada le veía con la claridad que entraba por la ventana.
    Sus ojos miraban el techo mientras que sus labios cada cuán tiempo balbuceaban palabras que no oía.
    Un día, mientras le ayudaba a orinar en su cubitera me dijo:
    -¿Qué día es hoy?-
    -Le respondí-
    -Es 3 de Octubre querido amigo-
    Echó un suspiro grave y cansado, como si esperara algo.
    -Acompáñame a la ventana-
    Yo, apoyándolo en mí cumplí con lo que me pidió. Sentado ya, también me pidió que me acomodara.
    Cogí una banqueta que en silencio estaba en una esquina al lado de la gran estantería de su cuarto.
    Al sentarme a su izquierda, vi como miraba la ventana, como siempre, esta vez con una sonrisa, con la mandíbula temblante.
    Entre unas llorosas palabras dijo:
    -Ojalá pudiera acordarme del día-
    Alongué la cabeza y miré por la ventada. A saber qué miraba mi viejo compañero.
    Vi algunos matorrales de un parque alzado entre edificios, un rastro de mar en la lejanía y muchos automóviles.
    -Creo que fue este mes. Sí, la conocí este mes creo-

    Escribí mucho sobre ella, sobre toda ella. Desde sus pestañas hasta el color de las uñas de sus pies.
    Quizás lo hice para que al auto-leerme, pareciera que estuviera conmigo escuchándome. Y la única vez que recé fue para que ella lo hiciera y yo escuchara.
    Porque ella lo merecía. Me castigo pensando que  no lo dí suficiente. Puede que lo suficiente hubiera sido no darle tanto.
    La primera vez que la vi no me llamó la atención, con su coleta y su indumentaria casi siempre negra, con unos zapatos con algo de tacón.
    Cuantas frases secretas repetí por las paredes queriendo que algún día por despiste o fortuna, se parara y las leyera. Me daba igual si sabía si eran para ella. Es lo mejor, creo, que le he podido entregar, todas mis palabras.
    Y una vez, escribí sobre como saltaba por las calles de Triana con el suelo mojado, fue el día en el que los dos íbamos de la mano.
    Tal vez mis palabras no fueron suficiente. Mi madre decía:
    -Dímelo menos y y demuéstramelo más-
    A estas alturas no acierto en saber, si hice caso omiso a aquella frase que me repetía.
    Era tan hermosa, tanto que creía no serlo y se lo acabó creyendo. Y cuanto más se lo repetía se enfadaba más conmigo, pero nunca me negó una sonrisa.
    A veces la ocultaba durante un tiempo para hacerme sentir triste. Pero cuando reía, por Dios, que yo también respondía.
    Aquel amor iba y venía, ni se si para bien o para mal, pero siempre encontraban mis sentimientos la ruta perdida que me llevaba a un lugar donde todo para mi era el mundanal placer de estar vivo.

    Llegué a tal punto que, cuando estaba con otra mujer, al pasar los días las dejaba, no era porque me aburriera, si no que no creía poder estar con otra persona, solo me gusta ella.
    Para mi, sus abrazos y besos en la mejilla solo eran la redonda cúpula interior de los cielos. Y aun cuanto más me esforzara en un beso que ocupara más allá, no me importaba, su cualquier tacto era recompensa suficiente. Cuantas veces me dijera «te quiero», nunca fue en el sentido en el que yo lo sentía.
    Aguanté como Dante, sus flirteos y a sus amados, cayéndome pero sabiendo que estaba feliz, y eso era todo lo que pedía. Su felicidad.
    Por cuantas más heridas que me hiciera me daba igual. ¿Por qué la piel rota se cose y no se besa?.
    Laura, el perfecto ser jamás descubierto, la ninfa que bailaba con la cabalgata de Wagner a sus orillas.
    Toda una vida ha pasado, y nada más siento, que el no haberle escrito el poema más bonito del mundo.

    En aquel instante, todo se calló, miré a mi viejo y decrepito amigo. Inmóvil en su  butaca, con pocas lágrimas (las últimas que le quedaban) cubriendo su descenso.
    -¿Leopold?, ¿Leopold?-
    -Le dije-
    Silencio, nada más.
    Adiós, amigo mío.

    El entierro fue al día siguiente, siguiendo las directrices que el anciano había dejado por escrito.
    No fue mucha gente al entierro. Yo, el doctor Edgar, la enfermera Christie y otros 3 individuos que no conocía.
    Me aseguré que se siguieran las pautas que había marcado mi buen amigo.
    En un cementerio, en un pequeño terreno vallado con el material más económico, y sobretodo sin ninguna lápida, sin sombre ni apellido, sin fechas, sin ninguna frase para recordar.
    Eran las 4:30, el cielo estaba gris, con un suave viento que no se llevaba la tristeza del momento.
    Miré a ambos lados, y ni rastro de Laura.

    ~Jack Martin Thomas~

  • Pues fingiendo, fingiría no haberte amado

    Algo le pasa a mi cabeza, ya pienso que todo lo he olvidado, que todo fue hace mucho. Hace mil años pensaba en todo, en aquello que me parecía digno de cuestión.

    No soporto que la acción pasada quede sin pensar, puede que ese néctar fuera fruto de mis delirios, entonces, ¿Estoy loco, distraído, ebrio o desangrado?

    Ya no se lo que digo, no siento correr el aire que transporta las palabras densas por mi oído, mis ojos ven desde la mirada de otro que me arrebata la vida.

    Siento, y doy fe, de que no soy el mismo, no soy el viejo poeta que veo cada mañana en el espejo, con su alegre melena cana y sus dientes perforados recopilando una sonrisa.

    No hay mas burda sensación y creencia de ser feliz y descontento al acabar el día, pensando que al dormirte no volverás a despertar, y a la mañana siguiente crees que todo fue y solo fue, nada mas que una mentira.

    ¡Que dolor tan absurdo y antimelancólico es este!, cuan arrepentida es el recuerdo de mi acción nefasta, de mi fatal error ante la vida y el alma humana tras caer en una epidemia de sueños irreales, que dudamos si son verdad.

    Pues este pensamiento está ahí, en mi vacía cabeza antes llena de librerías, pero no lo veo, y hace su puesta en escena en mis ratos de evasión por doctrina que me ejerce.

    No mamemos más del pesar de la tranquilidad, ser nervioso y adicto a este falso buen vivir, pues ni Sade es tan libertino con la enfermedad que padezco.

    La realidad ahora parece un cuadro que se mueve.

  • Los infortunantes racimos de pieles

    El cielo se pierde, los pájaros cantores risueños se despiertan de su densa siesta al abrigo de la paja y las ramas.

    El aire se escarcha, pues la podredumbre deja existir los campos de zarzas rojas y de la peste del pestifero. ¿Acaso estas gentes no temen el frío?, alzarprimar, !oh! vuestras viles pieles y horcas, que el frío de la helada no queme con mirada fija los corazones despojados de hogar cómodo, que no queme con vejez y sequedad agrietante ¡oh! sus sentimientos incurables.

    Fundo este valle se adentra hacia la brumosa niebla del horizonte, el ambiente que antes era robusto, se torna en un viaje de terror con la brillante sangre que guardan los grilletes de las zarzas rojizas, y los espacios negros que surgen en la niebla, dando a la imaginación la absurda idea de que un telón aguarda su alzamiento tras aquel muro de soledad blanca, para dedicar una obra sádica y burlesca.

    Se despoja de su sayo de plumas un pájaro, posado en un árbol quemado por el alcohol derramado entre sus raíces.

    Parece una criatura pidiendo auxilio, y tras de el habitan una quincena de más de esos seres rellenos de ceniza coagulada que exprime el bienestar de estos nuestros campos.

    Cambiad mareas que inundan nuestros caminos.

    Arribad vientos, llévense presto la niebla secreta con sus burlas.

    ¡Oh!, podredumbre, campesinos, arrebatad la tierra a la raíz de la sangre, con acheta en mano despodadla de púas, sus flores y oxigeno cual marchita, que muera, que se juzgue, que se retuerza muerta la zarza roja.

  • La gran belleza

    Ignora nuestra presencia, dedíquense súbitamente al placer mundanal de la carne.

    Muérdanse, pellízquense, expulsen gemidos que hagan latir los tímpanos.

    Sean humanos por un momento y olviden el tiempo, la existencia, las miradas criticonas faltas de este pecado carnal lleno babeante placer.

    Retuerzanse en el lecho a la luz, pues esconderse no deber, tienen que verse, mirarse, saber la reacción de la  piel al pasar la mano por los artilugios lujuriosos.

    Observa  sus ojos, ve como sus pupilas se disipan.

  • Desvaneserce

    I

    Creo que cada ves, siento mas la muerte en mis pulmones, creo sentir la madera del ataúd a mis espaldas, creo poder sentir como el tiempo me corta el aire en un desafortunado y acabado cantar de lágrimas secas en mis mejillas. No aguanto mas este dolor sofocante, me están quemando los ojos al ver tanta oscuridad, no quiero seguir viendo reflejos a través de un cristal, no quiero nadar en el océano, no quiero luchar contra la corriente, cuando hace frío me gustaría estar muerto.

    II

    Tengo miedo de la devoción que tanto deseo.
    Puede que la luz que hay al final del camino sea el prender de tu mirada, puede que sea la señal de que el sueño se ha acabado, que ya no hay mas fantasías.

    III

    Cuando ya aya sentido mi ultimo sentimiento, cuando aya escrito mi última palabra, cuando ya aya creído, que ya no queda nada mas por lo que vivir.
    Cogeré un frasco de veneno, y sin lamentos, de un trago discurrirá el lento y amargo sabor de un extracto toxico por mi ganaste.
    Y durante el tiempo en el que mis ojos se cierran, escribiré cada detalle, cada pensamiento, todo amor que en mi caja de lamentos guardé.
    Y después de eso, no quedara nada, la bendita y apacible, nada.

  • No quiero llegar al camino

    No hace falta que digas nada…..te dije que cuando saliera por esa puerta, todo sentimiento, pensamiento e ilusión sobre ti se irían.
    Me he encargado de encerrarlo todo en una caja y esconderla en lo mas profundo de mi armario
    Tu eres quien decides estar con quien quieras, y lo mejor es que el amor es correspondido, no podemos ser felices todos siempre, no podemos obligar amar a quien no queremos que comparta este bipolar sentimiento.
    He sufrido demasiado, y no lo digo por ti, si no por otros temas también, no quiero que te sientas mal por este poeta rezagado.
    Me encantaría que siguiéramos siendo amigos, que esto no sea mas que una insignificante piedra en el camino de esta relación de amistad
    Aveces me siento excluido a tu lado, me encantaría que me tratases como a la gente a la cual sales corriendo a abrazarles, o te apoyas en sus hombros cuando….yo que se…JAJAJA.
    No tenemos mucha confianza, espero que podamos llegar a ese punto en el cual los dos estemos muy unidos.
    Sobretodo quiero que seas feliz, me alegra verte sonreír, espero que disfrutes de este sentimiento tan afamante, loco, tan vivo.