Autor: Sofía

  • El renacer de un corazón roto.

    Todo lo que mi corazón necesitó para sanar fue su presencia; la manera en la que sus marrones ojos se posaron fijamente en mí fue suficiente para entrar a otra realidad. Fue como si, ante mis ojos, se hubiera abierto una puerta hacia otro mundo, y mi corazón hizo algo que no sabría muy bien describir, pero que se sintió como si saltara de un lado a otro.

    Fue tanto para mí… fueron demasiadas emociones y mi instinto me pedía a gritos que le besara y le dijera lo valioso y querido que es.

    No sabría decir si es amor o no, pero sé que me hace sentir como si fuera una persona nueva. Como si todas mis piezas rotas se unieran de nuevo en cuanto me mira o dice mi nombre. No es muy común que lo haga, pero cuando lo hace… ¡ay, cuando lo hace! Siento como si mi nombre, de repente, fuera otra cosa y estuviera escrito en seda. Su voz es el sonido más calmante que he escuchado jamás, al igual que su risa. Dios, su risa es de lo peor. Es escandalosa y hace que se ponga rojísimo e incluso termine en el suelo retorciéndose. Es comparable a una desacorde melodía; es hermosa y a la vez no, y es lo único que quiero escuchar por el resto de mi vida.

    Y creo que el problema erradica ahí: en que preferiría escucharle reír y hablar sobre todo y sobre nada durante horas, que escuchar mi canción favorita en repetición.

     

    Sofía Núñez.

  • La tribu.

    Louise había decidido irse de vacaciones. Hacía tiempo que necesitaba tomarse un descanso de su familia y, en cuanto vio el momento, hizo una escapada a un hotel rural.

    Una vez llegó, le picó la curiosidad y fue a explorar los alrededores. Detrás del hotel había una plenitud de montañas, las cuales parecían no tener fin, así que optó por escalarlas. Tropezó un par de veces y, en una de ellas, cayó inconsciente.

    Lo primero que vio al despertarse fue el rostro arrugado de una mujer que la miraba con curiosidad.

    — ¿Quién es usted? ¿Dónde estoy? —balbuceó la joven, aún desconcertada. La anciana parecía no entenderla, así que lo intentó nuevamente—. ¿Dónde estoy?

    Al no obtener respuesta, Louise se levantó y observó el panorama; estaba en una especie de cueva, la cual parecía haber estado deshabitada por siglos. A su derecha estaba la ya mencionada mujer, observándola extrañada.

    —Agua —susurró de repente, señalando hacia la entrada de la cueva.

    La joven asomó la cabeza y vio que estaba diluviando fuertemente. Segundos después, un relámpago cayó a lo lejos, haciéndola temblar.

    —No salgas, muchacha. Es peligroso —murmuró la anciana. Otro rayo cayó, y ella volvió a temblar—. Están enfadados.

    — ¿Quiénes?

    —¡Los dioses, muchacha! —exclamó como si fuera obvio—. Nuestra tribu ha sido un secreto durante milenios, y tu presencia les disturba. No eres de los nuestros, jovencita, así que ten cuidado, sobretodo con Ed. ¡Por favor, ten muchísimo cuidado con él! ¡Es muy peligroso!

    — ¿Quién es Ed? ¿Y cómo sabe usted que es tan peligroso?

    —Ed es el jefe de la tribu, y sé que es peligroso porque, hace bastante tiempo, me ocurrió lo mismo que a ti: fui a escalar, me resbalé y caí inconsciente. En cuanto desperté, Ed me sacrificó como ofrenda a uno de sus dioses, sólo por haber «irrumpido» en su tribu. Y he estado encerrada aquí desde entonces. Llevo doce años muerta, muchacha. Así que por lo que más quieras, ten cuidado.

     

    Sofía Núñez.

  • Ojos color café.

    Sus ojos marrones me escrutaron de arriba a abajo y sentí como, por primera vez, un calor reconfortante recorría todo mi ser. Había sido la sola mención de mi nombre, la manera en la que sus labios se formaban al pronunciarlo, lo que me había hecho ver que, quizás, había algo valioso en mí.

    Después de tanto tiempo sin sentir emoción alguna, de vivir como si estuviera en un círculo vicioso de monotonía, su sola presencia me hacía sentir fuegos artificiales en mi interior, me hacía sentir como si estuviera en casa.

    Mi hogar no era un lugar, era una persona.

     

    Sofía Núñez.