Soy de esas personas que lo olvidan todo y me da igual hacerlo. Aunque, parándome a pensar, no sé si logro recordarlo…
Era una noche fría, que típico, ¿no? Hagámoslo más interesante. Era una noche fría, del tipo que hace que se te congele cada extremidad de tu cuerpo y sientas tener cubitos de hielo en vez de dedos. Así mejor. A mi alrededor, hasta donde alcanzaba mi vista habían luces y luces celebrando el ambiente. Y como no, un gran árbol de navidad con bolas de colorines que se veía desde la otra punta, si lo vi yo desde la distancia que estoy cegata eso significaba que era enorme. No sabía a donde iba pero estaba con él. Apenas habían estrellas en el cielo, ahí arriba se veía todo bastante solitario, no como las calles, que estaban abarrotadas de personas, en un vaivén continuo de compras y rebajas.
Volviendo a lo que te estaba contando, mis dedos estaban entrelazados, su tacto se sentía cálido y cercano. El aire se sentía cargado y fresco, no como el de las montañas que es tan puro que duele respirarlo…sino, más bien, de ese que esta contaminado pero no lo notas. Lo bueno es que olía a algodón de azúcar y a castañas. Y de repente, el sonido de estallidos inundo mis oídos, ahogando cualquier otro sonido, envolvió mi mundo. Primero confusión y luego lógica. Cuando volví a parpadear ya nada era negro, el cielo dejo de estar apagado.
Que tremendo error fue mirar su cara en aquel maravilloso espectáculo de colores.
Su abrazo, hizo que no sintiera más el frío. Sus ojos, brillantes. Y una sonrisa inocente y tierna que afloraba inconscientemente entre sus labios, una imagen grabada a fuego en mi mente y muy a mi pesar, en mi corazón.
Pero, mientras tanto, tu te aguantas y me lees, mientras yo recuerdo, como una abuelita contando batallas a sus nietos. Que tonta que soy, siempre lo recordare y jamás podré olvidarlo.