Desde que tengo memoria, siempre he sido de esas personas que ayudan a sus amigos a costa de uno mismo, sea donde sea, en un videojuego, en las tareas o incluso en cosas mucho más triviales. Siempre he sido así, aunque en ocasiones me llegue a ocasionar mucho daño. La vida en la adolescencia se parece a una persona: dura y mientras lo hace, puede ser increíble o nefasta, pero cuando se va, solo quedan los vestigios de lo que un día fue… en tus recuerdos.
Y es por eso que nunca le di mucha importancia a mis emociones; cuando me enfadaba, me calmaba; cuando me entristecía, pensaba que tan rápido dejaría de estarlo; cuando me enamoraba, simplemente rechazaba ese sentimiento. Y es esto último lo que me enseñó salir de aquella relación, junto con todo el dolor que me fue impregnado hasta día de hoy. Por eso, esta vez quise dejarles el amor a los demás, pues lo que yo sienta dejaría de existir tarde o temprano. Pero hay alguien a quien no tuve en cuenta: el yo que vive y siente el «ahora». Soy cosciente de que lo he vuelto a hacer; enamorarme, pero mis deseos de alejar de mi esos sentimientos y dárselos a los que merecen una oportunidad era demasiado grande.
Por eso, pensando desde el presente y escribiendo desde el futuro:
Perdón, Brian. Perdón por hacer que te falte el oxígeno cada momento, perdón por inundarte de dudas y, sobre todo, perdón por menospreciar los sentimientos, por muy efímeros que sean.
IES Isabel de España