Cuando amanece, huyes de mis sueños, y parto a encontrarte plácido recuerdo que quiero, que deseo que un día al abrir los ojos de mi sueño, se convierta en verdad.
Sólo al pasear por los caminos de la verde hierba, y los cánticos de los enterrados árboles me inciten a perseguirte, y creí haber visto a una dama de traje blanco, corriendo descalza y acallando el estruendo producido por las ramas de piedra que prendían tu risa.
-¿Soñaría que eras tú otra vez?-
Pero aquella figura era tan real, y aquella risa tan hipnotizante, que después de desencadenarme de mis zapatos, corrí trás aquella fantasía.
No quería dejar de correr, que esta vida o sueño no acabara, que nunca termine, y que este paseo sea eterno.
Puedo ver tus rizos de cuervo ondear con las frescas hojas, y con los ruiseñores posados en sus ramas cubiertas por un veneno de dolor apasionado. Puedo seguir oyendo tu risa, y ya siento cómo se destruyen las esqueléticas fronteras que nos separaban, tocar los sangrantes robles donde posaste tu mano sanada ya de heridas, y ver cómo se cosían con la arácnida tela de tu vestido.
Cuando al final llegue a sentir tanto tu presencia, que al darme cuenta, estés alegre y risueña delante mía.
Antes de que me despierte en nuestros labios crearemos un gran fuego que nos seque las lágrimas y nos purifique la mirada en una, pues este beso perdurará, y será eterno durante unos segundos.
Daría mi vida por dártela a tí bella fantasía, daría mi alma por ver la tuya danzar bajo las lluvias de llorosos amantes separados.
Que nunca acabe, que nunca termine mi amor al verte.