Categoría: Relatos 2015

  • Sonrisas de media luna

    Con unas mejillas escarpadas por el frío, y cabellos adormecidos por el mal tembloroso, camina sobre la blanca nieve  sin vida.

    Ella huye descalza de la melancolía, arropada por sus sueños. El camino se pierde, el camino ya no existe pues la nieve lo tapa. Mientras el viento aúlla, a sus espaldas, siente el calor de la visión de alguien, reconocer tal satisfacción de placer, mutilaba sus sentidos y los hacía más puros.  Pues al cansar la vista, ella en un último aire congelado prefiere despedirse de lo que la hubiera acompañado en este abrumador y helado paseo.

    Lentamente, sosteniendo el aire en un puño para no perderlo, ella gira hacia el aclamado calor, un placer inigualable es sentir como el calor avanza sin prisa sobre el lateral del costado ya escarchado y ver como el hielo se derrite. Cuando al final, manteniendo aun los ojos cerrados, decide acabar con el misterio deseando ser desvelado.

    Despidiéndose, con una sonrisa de labios grises y agrietados, ella duerme descalza bajo y sobre y nieve, y llevada por la luz en la tormenta, ella duerme eternamente en la colina del clamor y la locura.

  • El último día del atardecer

    Pensar, creer y sentir, y nada más, seamos pluma de cisne volando con los vientos creados por mis palabras, y aquí me encuentro, bailando un vals solo, solo, y con un limpio suelo de roble amarillento a 10 metros de mis pies, estoy volando, siento el clamor del día y la teñida capa gris ni negra de lo que llegó a ser la noche. Y vuelo, y vuelo, y vuelo más y más alto, ¿qué veo?

    -Respondo: oscuridad de millas y millas a lo lejos, planetas de colores verde y azul, y dientes rotos y perdidos que son las estrellas.

    Cuando al final, caminando por este pasillo, ocupo los espacios de ventanas masculinas, el eco sordo de mis pasos que ocupan el aire y va revotando en las paredes blancas invisibles, hemos llegado al cuarto, he llegado y abro la puerta, (para cualquiera sería un movimiento rápido y sencillo, pero para mí fue lento y pesado, como si te callera una nube de lluvia encima).

    Allí, postrada en un marco de madera tallada, con un letrero de color plata falsa se leía “Maggie”….. Una magnifica y esbelta figura de color plata, con dos grandes ojos consumidos por una negrura profunda e infinita, parecía poder meterte en ellos y llegar a algún lugar, lejos de aquí, lejos de este cuarto.

    Tome a aquella belleza fosilizada, y bailando un vals acompañado, ella posó sus ojos en mis labios, sus ojos en medio, divididos por una línea imaginaria que partía la nariz y cabeza en dos. Con unas alas cortadas ella cayó al suelo perfumado, un dolor intenso recorrió mi cabeza, y más un desgarro de hierro candente penetró en mi pecho y locamente ciego comenzó a indagar en mi cuerpo en busca de mi abandonado y poniente corazón para quemarlo y encadenarlo a él.

    Pronto, caí en un suave y mullido aire que dócilmente me hacía perder la razón y el tiempo.

    Cierro los ojos, y se convierten en dos eclipses manchados de rojo y más negros de o que son,  y la sala se oscurece.

  • El orden humano

    Camina silenciosa la muerte discontinua, camina solitaria por esta empedrada calle olvidada y desierta, pero, se escuchan ruidos de demonios infinitos chasqueando sus cascos de marfil con alegría por el mojado suelo, y siluetas de burlones fantasmas se posan en las ventanas causando un terror oculto. Dime, ¿acaso no lo ves?, ¿acaso no lo sientes?.

    No perdono a las farolas adormecidas, no perdono a los invencibles cuervos, camuflados con el negro de la noche, ni a la luna vigilante ahí en el cielo.

    Cuanto más me adentro por esta inacabada calle, mas siento como mi corazón se va olvidado de latir, y mis pulmones de espuma, siguen expulsando sangre, en vez de aire contaminado que desprenden los cigarros de los sátiros, postrados y sonrientes en las aceras de sus burdeles de luces rojas.

    Pero al acabar la noche, y el espíritu que ilumina el día, aparece por las ventanas de los que aun están dormidos.

    Los burdeles se cierran, los fantasmas se esconden, y la luz roja de tu ventana se apaga.

    Y no queda más demonio o fantasma, del que tenemos en nuestra cabeza

  • Homenaje a Jack Keruac

    Estoy aburrido, no hay nada que hacer, todo a acabado, me levanto y me pregunto; ¿hará sol o lluvia?, adoro escribir, mi maquina de escribir se ha roto, buena noticia, ya me estaba cansando de enseñarles a ignorantes de mierda lo que hago, mira está lloviendo, pero no hay gente en la calle, ¿no se les apetece mojarse…o prefieren mojar con algún desconocido?, me levanto, tengo algo en el ojo, ¡¡JODER!!, como duele, llego a la cocina, abro la nevera, Coca-Cola o vino seco, da igual, ya estoy contaminado, los dos, me siento en el sofá, y me vuelvo a levantar, corro las cortinas y entran rayos de sol como disparos en una manifestación “hippie”, voy hacia atrás, me vuelvo a sentar y pienso: A quien quiero engañar, esto es una mierda, siempre me ha gustado la lluvia, y no quiero que haya gente en la calle mientras caen mis santa sanctórum del cielo, nunca veo la tele, pues…..¿qué hago aquí?, miro la Coca-Cola, es light, ya estoy muy delgado, la tiro al suelo, no me importa, solo son mentiras en una lata, me encanta el sol que entra por la ventana y hace que cierre mi ojo izquierdo, algo bueno saldrá de todo esto, y será algo dorado y eterno sin más, no hay necesidad de decir ni una palabra más.

     

    -El mirlo de media noche-

    Jack Martin Thomas

     

  • Vientos

    Existió el día en el cual no derramé una lágrima a la fina capa que nos separa de este condenado paraje sombrío. Podría acabar la noche que envuelve tu día, y los hace eternos en el firmamento que se dejo ver destruido por una sombra gritona y acechadora al mandato de la burla nocturna. Hoy rechazamos la noche, y la convertimos en día, hoy todo acaba.

    Cuando el chasquido luminoso caminaba por el aire como un desmembrado muerto escandaloso, parecia y creía, que los cristales del suelo eran diamantes, y los muchos otros clavados en mi cuerpo, manchados de fina sangre eran rubíes

  • Los cuentos de la inocencia I

    I.

    En el ocaso de mis días, el lobo que se acerca, acompañado de una triste tormenta.

    Una marcha tenebrosa y lenta. Un sabueso de humo negro con enloquecedores ojos violeta, y garras de madera brillante.

    Ya se acerca, puedo oírlo en el pasillo, va rasgando con cada paso la alfombra teñida con el carmesí de mi sangre. ¡Se detiene!, y emprende la marcha, subiendo la tortuosa escalera a mi cuarto, oigo sus pesadas garras rasgando el suelo, y sus dientes resonando por el denso aire.

    Ya no queda tiempo, ya no queda tiempo para lamentarse.