Cuando el chico vio a la chica, tuvo un flechazo. Era una chica muy guapa. El chico no se atrevía a acercarse a ella, seguramente por su naturaleza de joven tímido y vergonzoso. En su interior se debatía ya que quería acercarse pero no podía. El joven estaba pasando un mal momento ya que, si ella se bajaba a la siguiente estación, la última de todas, él la perdería para siempre y eso no lo podía consentir.
El traqueteo del tren era ya monótono, pero el chico estaba muy pendiente de él ya que cuando fuera cesando podía significar que perdería a su amada para siempre. Ella miró el móvil, parecía que tenía prisa: más razón para que el joven estuviera casi histérico en su interior aunque por fuera aparentara una absoluta normalidad.
El vehículo comenzó a parar poco a poco. El chico padecía una tensión que iba en aumento. Cuando la luz del andén apareció y el tren estaba casi detenido, el joven sintió un golpe de estado en su interior y, instintivamente, cuando las puertas se abrieron se levantó y siguió a la chica. En el andén, en medio de la marea de gente logró llegar hasta ella. Le cogió la mano y sus ojos marrones se encontraron con los azules de ella.
– Te quiero-. Dijo el chico.
Categoría: Taller Biblio Insular
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Flechazo
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Oscuridad sin rumbo
Cielo y destino para un mismo ser,
todo lo que veo,
es aquello para acontecer,
estrellas del universo,
aquellas que cuelgan del firmamento,
sabes que guían este momento.
Ley, ley de vida,
aquella que nos lleva sin medida,
pasión dolor y cobardía,
sentimientos de hielo,
que laten al ritmo de canción.
Al fondo te encuentras tú,
oscuridad sin rumbo,
sombra sin disfraz.
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No se porque recuerdo….
No se porque recuerdo que todos los sábados hasta que cumplí los 4 años venía a mi casa un señor, entre 40 y 50 años. Era bajo, gordo y calvo y siempre vestía una camisa blanca y un pantalón rojo.
Este señor venía y se sentaba a hablar conmigo como si me conociera. No me dijo ni su nombre, ni porque estaba aquí, y como no me importaba mucho tampoco se lo pregunté. No me acuerdo de lo que hablábamos, pero sé que tenía un poco de importancia, porque mis padres siempre nos estaban acechando.
Este personaje siempre me viene a la memoria cuando es Navidad, porque se parecía mucho a Papá Noel y cada vez que venía me hacía un pequeño regalo.
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Con las alas cortadas
¿Se puede echar de menos algo que nunca has tenido? ¿Se puede llegar a añorar algo que ni siquiera has conocido? La respuesta es sí. Y yo soy un claro ejemplo de ello. Añoro la libertad. Y nunca he sido libre. Soy princesa, lo sé. No debo quejarme, eso también lo sé. Se han encargado de que lo recuerde bien. Pero en los pequeños momentos que tengo para mí, esos momentos en que nadie me mira, nadie calcula mis más mínimos movimientos, es, en esos momentos, cuando me permito el lujo de pensar libremente, de quejarme.
Miro por la ventana. Más allá de los enormes muros del castillo, que parecen querer encerrarnos en vez de protegernos, se puede ver con claridad la gran plaza central. Con personas normales y vidas normales, que, sin embargo, me envidian. Y es que solo ven lo de fuera: los preciosos trajes, los exquisitos manjares diarios, las maravillosas fiestas con excelente música o las lujosas tiaras con diamantes incrustados. Y es todo cierto. Pero se equivocan. Es como un pájaro, ¿envidiarías al ave más hermosa del mundo pero que, por desgracia, tiene las alas cortadas? Pues es lo mismo. Solo que ellos solamente le ven el cuerpo, y no pueden apreciar que le han cortado las alas.
Contemplo con curiosidad la vida de fuera. Descubro a una joven pareja. Él la coge a ella de la mano. Probablemente no sea muy guapa, pero es feliz, y ahora parece la mujer más bella del planeta. Se ríen. Abrazos mezclados con caricias, cariñosos besos robados entre sonrisas. Más allá se ve a una anciana, de ojos tiernos y blanco cabello. Sentada en el banco, le da de comer a las palomas. Observo también a una niña de preciosos rizos y redondo rostro, que, llorando, suplica a su madre que le compre uno de los apetitosos pastelitos que vende la panadera. ¡Cuánto desearía tener que suplicar algo! Puede sonar estúpido, pero es cierto. No tengo sino que nombrar que me gustaría tener un pañuelo con hilos de plata y mi árbol genealógico bordado en oro para poseerlo en cuestión de minutos.
Pero hay más. Pasando la plaza y las humildes casas que la rodean, distinguimos el campo. Una gran extensión de tierra salpicada de cuando en cuando por granjas o grupos de altos e imponentes pinos. Me imagino corriendo. Y dejo de hacerlo. Duele demasiado.
Dejo de contemplar el mundo de fuera y trato de observarme a mí, a mi vida. Sería una chica bastante normal si no fuese por mi traje perfectamente planchado y colocado (hecho a medida, cómo no), por mis uñas pintadas sin fallo alguno, por mis labios a juego con mi vestimenta, por mi cabello peinado de forma tan estudiada, como medido con escuadra y cartabón. Sería una chica bastante normal si no fuese por tanta perfección.
Y aquí estoy, esperando a que mi padre, el admirado rey Dennis, acepte otorgarme el único regalo de cumpleaños que he pedido. Un paseo por la ciudad, sin escolta, sin damas de compañía o criadas.
Suena el ruido de la puerta al abrirse y me doy la vuelta, ansiosa. Pero tratando de ocultarlo. Al fin y al cabo, soy princesa, no debo exteriorizar mis sentimientos.– Su majestad Selene, su deseo de dar una vuelta por la ciudad ha sido concedido.
Eso es un sí. ¡Eso es un sí! Sonrío. Es poca cosa. Pero es como si al hermoso pájaro de alas cortadas le ofreciesen un breve vuelo en globo.
Es poco. Pero es más de lo que puedo pedir.
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Sensaciones
En una tarde de mayo se oyen los trinos de un pájaro. Hace mucho frío y todavía no ha caído la noche. Desde nuestro balcón se ven a tres personas en el parque, uno o dos niños jugando en el columpio y a muchos coches pasando.
Siento el frío en la espalda, aunque el sol esta en el horizonte. Se oyen las campanadas de la catedral: uno, dos, tres, ….
Veo a una chica y a un chico besándose y me imagino que yo estoy en esa situación. Me siento querida y amada y sobre todo feliz. También me imagino que estoy volando como aquel pájaro. Siento la brisa en mi cara, siento que puedo ser libre, que puedo ser YO, que no hay nadie que me controle y, que puedo ir a donde yo quiero, a donde a mi me apetezca.
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No sé por qué recuerdo
No sé por qué recuerdo la primera vez que la vi -comenzó a decirme la mujer de suaves cabellos con una sonrisa en la cara- Era una tarde soleada, como cada viernes, mi afición era ir a dar un paseo por el parque. Para mi sorpresa ese día tuve compañía. Ya pasaban de las seis de la tarde y por allí no había demasiada gente. A lo lejos, estaban los bancos. Habían distintos grupos dispersados por todo el lugar, menos ella.
-Hola-me atrevi a decirle cuando me acerqué- Tu imagen es bastante curiosa, tantos grupos de personas por aqui y tú te quedas sola.
-Hay veces que es mejor así.
A pesar de empezar bastante mal seguimos hablando durante toda la tarde y parte de la noche. Cuando la saludé su reacción fue de sorpresa. Se notaba que no solían saludarla de esa manera tan directa. Y no le agradaba demasiado esa efusividad. Pero a pesar de todo -me dijo mirandome- conseguimos congeniar. Quizá fuera el destino, pero en aquel parque, bajo el manto verde de la naturaleza y los pájaros cantando, ella estaba allí. Y en ese momento, en ese lugar, estaba yo. Alfred-me llamó- ya sé que no te había contado antes esta historia. Lo cierto es que esa mujer, con el cabello a media espalda y una sonrisa cautivadora, me causó una gran alegría cuando la conoci. Aún recuerdo que la ponía nerviosa. Me hacía mucha gracia, quería dar una imagen de chica dura que se iba como un soplo de verano. Pero sabes, ella seguirá siempre en mi recuerdo. Justo como la conoci.