Relato futurista.

Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo solo tendrá una generación de idiotas. Albert Einstein.

Ya no hay abrazos ni besos. Ya no hay sexo. Por no haber no hay ni contacto físico. Todo empezó hace uno siglo cuando los jóvenes ya no se escribían cartas de amor, ni los chicos esperaban a sus novias en las puertas de sus casas. Era la era «tecnológica. Pasaban todo el día hablando por el móvil, chateando por What’s App, si se querían ver usaban el Face Time. Cuando quedaban, era para sexo; cuando no podían quedar, tiraban de porno en Internet, webcams y sexo telefónico.

Estúpidos. Gracias a ellos estamos como estamos hoy, en peligro de extinción. Ahora solo existe una forma de romanticismo: ir a la biblioteca digital y leer libros de Stephanie Meyer u Oscar Wilde. Si dejas solos a una mujer y a un hombre en una habitación, hablarán de teorías cuánticas. Desde que el campo magnético de la Tierra cambió hace unos años y por consecuencia todos los aparatos dejaron de funcionar, los humanos de hoy en día han olvidado como relacionarse entre ellos sin necesidad de una maquinucha llena de chips. Triste pero cierto. ¡Si no saben ni ligar cómo van a procrear! Estamos condenados a morir por nuestros propios inventos.

Los humanos de otros planetas han venido para saber que había pasado ya que no recibían respuesta terrestre desde hace mucho. Van a intentar recuperar nuestro sistema tecnológico, pero van a tardar mucho. Han propuesto que vengan humanos de los demás planetas para intentar «humanizar» a los nuestros. Necesitarán mi ayuda, soy humana pero tengo el poder de Alfa11, el robot que ha guardado toda la información de nuestros antepasados.

A cambio de Alfa11 pediré un viaje en el tiempo, iré al pasado a sentirme humana y a impedir que se vuelvan adictos a esas absurdas máquinas. Va a ser difícil pero no imposible. Allá voy planeta azul de hace 120 años.

Relato futurista.

Tras los derrumbes sufridos en los últimos tiempos y las lluvias ácidas cada vez más frecuentes, los reductos humanos estaban mermando.

Jake vivía en una de las últimas colonias existentes en la troposfera, ya que la gran mayoría se ubicaban ahora en el manto terrestre, a más de mil kilómetros de profundidad. Las guerras civiles habían acabado con la mayoría de la población cuando los monarcas decidieron aniquilarse mutuamente mediante el uso de potentes agentes bioquímicos. Mediante la combinación de ADN de mamíferos y diversos frutos conseguían potentes medicinas y los  sueros intravenosos en los que los supervivientes se veían obligados a trabajar todo el tiempo del que disponían.

Jake no era una excepción, y a pesar de su edad, que ya sobrepasaba los 150 años, no había conocido el exterior de su casa burbuja, hasta que llegó el día.

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