Influencers comidistas: la gula voyeur
Me suscita perplejidad y un cierto grado de incomprensión -me muevo en ese lugar minúsculo de «lo que yo pienso, creo…»- ver tanto seguimiento en las redes sociales de personas que van a probar comida y te dan su opinión.
No hay nada tan burdo y al mismo tiempo hipnótico que ver comer a una persona con gusto. En ese hedonismo, esa gula eterna, creo que es donde la gente se mueve.
Porque el razonamiento básico es que esa persona no puede probar la comida por ti para decirte a ti si está bueno o está malo. Se lo parecerá a él o ella.
Entonces ellos piden suscripciones y votaciones de sus contenidos para seguir comiendo a dos carrillos en más restaurantes, bares, mesones y donde se precie. Del más cutre al más caro. De Madrid a Nueva York, de Pekín a Florencia.
Y cobran por eso. El círculo vicioso es: la gente paga para verlos comer. Ni se me pasa por la cabeza ir a ningún sitio porque un señor o señora estén probando cuarenta platos y diciendo a lo que sabe, el punto de crujiente o la fusión de elementos, si es que llegan a ese nivel.
Prefiero una cosa más contenida, con más elegancia, un análisis realmente más científico y ponderado de un señor o señora que se dedica a comer delante de la cámara. Por lo general, lo que he visto es que gustan de poner mucha cantidad de comida en sus vídeos, como si el exceso de comida atrayera más visitantes. Y puede ser. Es un patrón muy usado.
A mí, de todos estos, me gusta un señor que tiene un canal interesante;porque decirme que la pizza de no sé dónde o el crujiente del pan de hamburguesa sabe a no sé qué, mientras le rebosa la salsa por la comisura de los labios como un pringue, y mientras yo no tenga sus papilas gustativas, va a ser difícil que lo imagine o que lo viva a través de él como un ente espaciotemporal.
Mientras, el influyente de turno lo devora como si se fuera a acabar la comida en el mundo mañana, y es que me da pereza y lo contemplo como un espectáculo de concurso cutre de fin de semana en la TV, aun acto bizarro y grotesco, de esos programas de lo que se llamó la telebasura, que es prácticamente casi todo lo que se emite en los canales españoles. Lo que remata la cuestión es la elección de restaurantes: de bajo nivel, nivel medio y de vez en cuando los publicitados por «mejor no sé qué del mundo» o «la no se qué más grande del mundo», etc., etc.
El canal se llama @elcocinerofiel y me gusta mucho la perspectiva desde la que se acerca al mundo de la cocina. Vemos la elaboración de platos, al menos en los vídeos que he visto, su análisis, etc. Otro aspecto a destacar es que va subiendo vídeos como pildoritas, de manera que no es un bombardeo de vídeos que son copia y pega unos de otros en el formato.
Solo el éxito de estos influyentes influencers se entiende desde el vouyerismo que son las redes sociales: me pongo delante de una cámara para que la gente me vea comer, con satisfacción y hasta con saña, con energía y ritmo, como una tabla de fitness, y les digo si está bueno como buen influencer influyente. Si encima puedo vivir de esto, y no tengo que ir a la oficina del trabajador medio (el que tiene trabajo), asistimos al chollo del siglo.
Hace 50 años lo pensamos y le decimos al que lo mira y directa o indirectamente lo patrocina: pero tú tienes mucho tiempo libre, no. En fin.
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