Amigos en los dedos de mi mano
Al paso del tiempo, vas reelaborando el peso de la amistad. Te das cuenta de lo waltdisneiano que resulta el concepto de amistad que te inculcan desde niño; sucede lo mismo con la idea del amor y el romanticismo. Porque, ¿qué sucede si echamos la vista atrás y miramos a los amigos que dejamos atrás, algunos de los cuales aún conservamos un cariño especial, con todos sus defectos, aunque fuera alguno de estos lo que precisamente imposibilitó que la amistad perdurara?
La primera pregunta es cúantos se conservan. El tiempo va eliminando aquellos que, durante un periodo más o menos extenso, formaron parte de nuestras vidas pero, por alguna razón, no dejaron las puertas abiertas. He conocido quien, rechazado de forma sutil de su grupo de amigos, se ufanaba cada vez que los veía en relatarles sus hazañas y logros sociales o laborales, buscando una aprobación que jamás le iba a llegar. La amistad, también, es cruel. Y nosotros -por más que nos pese y no nos guste reconocer- tampoco somos perfectos jueces de los actos ajenos, ni tenemos el don de la medida divina para saber qué medidas cautelares o castigos debemos imponer.
También están los que viven muy cerca, esos que, a diario, pasas por delante de sus edificios o sus trabajos, los que tienes en la agenda del móvil pero no llamas jamás. Ni ellos. ¿Por qué sucede esta circunstancia? ¿Qué motivo hubo por el cual pierdes el contacto, cuando no hubo ofensa manifiesta? ¿Tal vez uno de los dos, el inteligente social, se dio cuenta de que esa amistad le supondría ciertos sacrificios que no estaba dispuesto a cumplir? ¿Que, aparte de las palmadas y las sonrisas cuando no había más remedio que verse en reuniones sociales -ver el fútbol en su casa con su mujer, los miércoles jugando al fútbol sala, en el bautizo del hijo de una amiga común-, racionaba tu compañía para no saturarse? ¿Y cómo interpretas luego esa sonrisa y esas palmadas: qué traen de cierto? Como en los matrimonios, en la amistad también la hay de conveniencia, hay divorcios, y separaciones.
La amistad más rastrea es la de conveniencia; de hecho, no es amistad, pero usa su envoltorio para camuflarse. Puede que tú, lector, seas un rastrero consumado, un ingeniero sotisficado de la conveniencia, un astuto peligroso. ¿Lo eres? Un apunte: no entiendo porqué los artículos deben dirigirse, por defecto, a las bondadosas personas de este mundo: también hay grandísimos hijos de puta leyendo artículos, y aún más hijos de puta escribiéndolos.
Todos hemos tenido amigos de conveniencia; conveniencia porque, si tuvieramos que elegir unos cuantos para compartir una eternidad, ni siquiera se nos pasaría por la cabeza permitirles acompañarnos. Conveniencia porque te has casado, tienes pareja y no tienes con quién desahogarte en los bares un sábado al mes, y ese amigo tan pesado y soltero al menos se toma las copas contigo, justo cuando un año antes no cogías sus llamadas y comentabas a todos lo imbécil que era. No vas a ser la única victima de las conveniencias, los divorcios y las separaciones. Un día vendrá el fantasma de la navidad pasada y te mostrará la larga cadena de hijoputadas que has estado haciendo en tu vida.
La amistad también duele; sobre todo, en la primera edad -aunque no hay una forma de saber cuando acaba esa primera edad, de ahí que mucha gente muera con una sonrisa en los labios-, cuando la madurez no ha hecho mella en tu configuración del mundo, los estados y las cosas, y un amigo traiciona la confianza que habías depositado en él. Cuando, tras ir mil veces con el cántaro a la fuente, te das cuenta del egoísmo con el que se revuelven contra tí. ¡Fuera caretas!, te dicen, justo en el momento en que la evidencia ya no sostiene más la mentira de su afecto. Y entonces estallas. Hay algunas verdades eternas: si el ofendido busca perdonar la ofensa, y el ofensor no facilita recomponer ese afecto, es que jamás lo hubo. Esa amistad tan sólo funcionó mientras el ego y la vanidad no tuvieron quien los pusiera en evidencia. A fin de cuentas, el aprendizaje de la amistad es como el aprendizaje en el amor pasional, con sus altibajos y sus decepciones.
Esta es la cruz oscura; pero para un optimista como el que aquí se expresa, está también la cara sonriente, los amigos que, pasados los años, aún te llaman o que, a un bip bip de un mensaje, se toman un tiempo contigo para escucharte y ser escuchados; para no juzgarte ni ser juzgados; para reírte y soltar la bronca. Son los que no te hacen las preguntas que te suponen justificarte ni mentir, porque de un vistazo lo entiendes casi todo. Y otra de las bondades de la cara sonriente es que, al tiempo que vas dejando amigos por el humilde sendero, vas incorporando otros nuevos, que no necesariamente tienen que ser uña y carne, pero amplían tu vida y te aportan un momento de cambio y sonrisa.
Un personaje muy conocido, Iñaki Undargarín (para el rey, Iñaki «Undangadín»), al que hicieron un reportaje sobre su pasado como jugador de balonmano y su nueva vida en la Casa Real. Le preguntaron: «¿Qué es lo que más le ha dolido a lo largo de su vida?». Tal y como iba el contexto de la entrevista, sería lógico pensar que respondiera, por ejemlpo: no ser campeón del mundo de balonmano con España, o la muerte de… Y dijo: «Perder la amistad de algunos a los que consideraba amigos, eso es lo que más me ha dolido en mi vida». Interesante.
Al final de tu vida podrás, con suerte, contar a los más íntimos con los dedos de una mano, y tener amigos aquí y allá repartidos por el mundo. Si, por un casual, esos íntimos, para contarlos, no te da con los dedos de las manos y los pies, y aún te hacen falta las orejas y la nariz, mi conciencia no me dejaría en paz si no te dejara, para tu meditación, esta cita que encontré por casualidad:
«La mucha amistad es fingimiento; el mucho amor, mera locura».
William Shakespeare.
Y para finalizar este artículo, nada mejor que estas palabras cantadas por Silvio Rodríguez: «Adiós amigos, y enemigos» 😀
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¡Me encanta tu reflexión! Mientras la leía me estaba acordando de algunos antiguos amigos y otros actuales que encajaban con lo que tú contabas 😀 La verdad es que tiene gracia mirar hacia atrás y darse cuenta de lo que han cambiado las cosas… y no sólo en cuanto a la amistad. Enhorabuena de nuevo 😉
¡Hola Ana! Pues gracias por tu comentario, en primer lugar, y en segundo, lo escribí precisamente por una mala experiencia reciente. Me hizo mirar atrás y pensé: qué complicada es la amistad, y a veces qué poco hace falta para no volver a ver a alguien con quien compartías tu vida. Se evoluciona, me refiero a todos.
¡Un abrazo! 😀