La ciudad fantasma
La ciudad es como una esposa o un marido: va evolucionando aunque siempre te parezca la misma. Hasta que llega el día en que te das cuenta de que hay cosas que ya no son como eran antes, y un poco después de esta reflexión llegas a la conclusión de que ese cambio se produjo hace ya demasiado como para ponerle remedio; y te hallas en medio de esa vorágine.
Porque de pronto te das cuenta de que las personas que habitan tu ciudad han cambiado la forma de comunicarse; ahora ya no lo hacen, tan simple y avergonzante como eso: no están preparadas para interpretar y avanzar en esa situación, como un fallo del sistema de la comunicación: del código, del contexto, del emisor y el receptor, todo a un tiempo.
A veces creo que si llevara un I-Phone en la mano me sería más sencillo entablar conversaciones mediante Twitter o Facebook aunque estuviéramos en una misma mesa tomando algo, un diálogo en el que ambos contertulios miran hacia abajo tecleando en su dispositivo; da igual el sexo del acompañante, me ocurre con ambos. Las personas se agarran al reducto de confianza de sus pocos amigos de toda la vida y en esa seguridad -que no lo es- les importa poco conocer el proceso o no, como si llevaran un tatuaje irreductible: «o me aceptas como soy o me da absolutamente igual».
Llegan al punto de no saber de qué hablar… Es una realidad pasmosa y terrible al mismo tiempo. No solo con mujeres, insisto -a veces me he sorprendido pensando ¡Dios mío! de forma automática con alguna al darme cuenta de que no era timidez o rechazo sino, más simple, incapacidad por falta de costumbre, como si le costara entablar la conversación con un desconocido para crear un diálogo, que no deja de ser un objeto de arte -el arte de la conversación, que diría el filósofo-; y es como si te convirtieras en lazarillo para acompañarla en ese viaje hasta que se suelta y entiende que no hay nada más natural que un hombre hable con una mujer y viceversa-.
Con hombres -amigos de amigos que te presentan- te das cuenta de que cada persona es un mundo y sus circunstancias y piensas «¡lo entiendo!»; pero también ves, con el paso de los años, cómo la gente se aísla más que se abre, pongamos: se protege de su fantasma imaginario. Como si estar «de vuelta» de todo fuera un valor positivo cuando es todo lo contrario. Decía Chavela Vargas: «no le abras la puerta a nadie que no tenga canas porque no tendrá nada que contarte«. La metáfora la comparto -ahora, claro, ya en otra edad; una edad maravillosa los 38, por cierto, me encanta-.
Y, así, todos estos extraños que te rodean parecen haber perdido la capacidad de relacionarse de forma natural, como si un sicario hipnotizador enviado por Zuckerberg, el villano 2.0, les hubiera borrado ese recuerdo de la memoria.
Lo aprecias más en las fiestas populares, donde hubo siempre una excusa para deshinibirse; porque ya no saben ni tan siquiera cómo empezar las conversaciones y, en otras muchas, apenas saben continuarlas, como si hubieran perdido las papilas gustativas para paladear la maravillosa experiencia de conocer al otro. Hablo de conversaciones, no de ligar, porque parece que todo tiende a eso y me resulta patético e insoportable y aún más en quien dice estar de acuerdo con esto pero luego en sus actos no lo demuestra. El famoso divorcio entre palabra y acto.
Nadie quiere hacer amigos, o mejor dicho; sí quieren hacer amistades, conocidos, colegas -cada vez se va degradando más el término para que implique menos compromiso- pero sin responsabilidades, yo a lo mío y tú a lo tuyo: se unen a otros en su misma situación por conveniencia -los divorciados salen juntos, los solteros lo mismo, etc. etc.- y siempre aclaran, cuando creen que nadie los oyen, que esos con los que salen no son sus amigos, sino conocidos, como si anularan la posibilidad de que algún día pudieran serlo. Hay destinos crueles pero también hay quienes se han ganado a pulso su soledad.
Da cierta compasión estar en un grupo de solteros y ver la de máscaras que llevan puestas: salgo a divertirme -falso-, el otro día no vine porque quedé con unos amigos -falso-, no me importa lo que opinen de mí -más falso-, no sé de qué hablar con mengano -falso al cuadrado-.
En realidad salen con la misma idea que una mujer que busca su príncipe azul o un amante esporádico -pero es mejor una buena excusa de antemano por si se vuelve solo a casa, la venda antes de la herida-; si de verdad tuvieran amigos estos vendrían de vez en cuando; les importa lo que opinen de ellos -en concreto las mujeres y no pocas veces la presión del honor y la honra, como en Lorca- y no saben de qué hablar con mengano porque sencillamente no hacen demasiado en sus vidas y sobre todo no hablan de sí mismos ni de lo que hacen con pasión -no son storytellers– o solo lo hacen para quejarse -y aburren, el mundo se convierte en una batalla y un enojo constante-; y por si fuera poco no tienen interés en nadie más: son la conveniencias unos de otros hasta que vayan pasando por la vicaría o se «arrejunten» con una, y no volverán a aparecer, como si se los hubiera tragado la tierra. En algún momento de mi vida también sufrí eso de desaparecer en la vagina de una mujer pero aprendí que dentro de una vagina se está muy estrecho.
Este choque de realidad lo compruebo, además, no con un grupo de amigos en concreto, sino con varios y además de esencias totalmente dispares. No digo que haya que ir por la vida dando abrazos a la gente en las guaguas, las discotecas, los asaderos, en la playa, etc. pero yo recuerdo hace muchos años que en Carnavales lo pasabas bomba y la sensación de que la colectividad estaba por comunicarse era evidente. Un amigo le dijo a una pareja que iban con el traje de romería, llenos de detalles lujosos, y que se situaron justo en la puerta del bar, que qué bien iban los dos: ni se dignaron a girarse, miraron de reojo, estuvieron cinco minutos y se fueron. Hay una fina línea entre ser tímido y ser unos gilipollas.
Los seres humanos, como cuando sentimos que alguien que nos acaba de presentar no va a tener demasiada afinidad con nosotros o que vamos a tener conflictos -como me sucede con mis comentaristas asiduos 😀 -, también apreciamos estas circunstancias del entorno social, complejas de describir porque son intuiciones vagas pero que llevan un peso de certeza suficiente. Recuerdo hace un par de veranos en la playa de Las Canteras leyendo El País y cuando lo acabé y me tumbé al sol una mujer vino a pedirme echarle un vistazo. ¡Pues claro, cristiana! Ella fue feliz leyendo mi periódico y yo fui muy feliz mirándole las tetas.
Me consta que ponerse en situación de observador y apuntar con el rifle es cómodo y ventajista. Pero me ratifico en la experiencia de esta ciudad capitalina y cosmopolita. Nosotros, que vivimos al sur de casi todo, nos describíamos y nos seguimos describiendo por esa facilidad para el afecto. Dejemos que Twitter, Facebook, los chats, la red y toda esa parafernalia inútil -o alguien se ha hecho alguna vez un bocadillo de Twitter- afecte al resto del mundo salvo Canarias, resistiendo ahora y siempre al invasor. Que no es esta la única solución al problema pero el hecho es que han cambiado la forma de relacionarse a através de cosas inútiles: menudo mérito el suyo o menuda imbecilidad la nuestra, porque yo podría seguir escribiendo en esta bitácora sin Twitter ni Facebook ni Reddit ni Technorati ni bla bla bla, solo necesito que alguien, al encontrarla, la termine -leyéndola-.
Porque me trastorna la ciudad fantasma por la que me muevo, reconocible pero involucionada, rememoro el padecimiento de un inglés en Nueva York. En estos tiempos de incertidumbres comunicativas se trata de disfrutar de la vida a lo largo y a lo ancho, abrir los brazos en cruz y aspirar el aire de la avenida marítima, sonreír en la cafetería de siempre cuando sorbes el café de la mañana y durante todas esas cotidianeidades. ¿Hay otra forma?
Como le dijo, aproximadamente, Paul Newman a Maria Elizabeth Mastrantonio en El color de dinero: «¿cómo saberlo? si supieras cuándo decir que sí o que no la vida sería cojonuda para ti«. Mientras lo averiguo, sigo el afamado método Zappa: ser the cutest men in town mientras I tell all the girls they can kiss my hiney. 😀
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Pienso que uno no es amigo de alguien sino que ese alguien es amigo de uno. Esto ha perdido todo valor en el universo digital.
La identidad virtual es como la tarjeta de puntos de la gasolinera: cuantos
más puntos más posibilidad tienes de acceder a un regalo, lo que ocurre es
que los regalos interesantes son realmente pocos, casi virtuales.
Ya no se trata de reflejar (si es que hay que hacerlo) la vida de cada uno
en Internet sino al revés. Todo esto tiene su parte buena: se generan oportunidades o situaciones que antes eran impensables, salvo en el bar de mi pueblo.
Ese bar de pueblo donde iré yo jubilao a los 83 a beberme los rones y a hablar de… la próstata y la pensión jaja. 😀
Yo también dije para qué quiero un móvil.
Cuando un tío mio apareció en mi casa con un Amstrad Sinclair ZX Spectrum. Mi madre se enfadó con él porque, ¿para qué quería yo eso?, ¿eso para qué sirve? ¿para jugar? a jugar a la calle, pero después de estudiar y hacer la tarea. Tenía miedo de que ese aparato raro, negro, pudiera ejercer algún poder sobrenatural sobre mi y controlar mi mente y mi voluntad, volverme majareta o idiota. Entre las madres vecinas del barrio circulaban historias de esas.
Pero no era nada nuevo, antes que eso, cuando llegó a casa el primer vídeo VHS. Se restringió su uso a ver películas de cumpleaños, bodas, bautizos,… grabadas con la cámara de la familia. Nada de videoclubs que eso te envicia (ese era mi padre). «El hijo de fulanita está fatal. No sale de la casa, no hace sino ver 800 películas al día y ya la cabeza ya no le funciona bien».
En todas las casas seguro que hubo algún comentario crítico cuando llegó el primer televisor. Y antes que eso la primera radio. Y si seguimos para atrás llegamos a Gutember.
El mundo cambia más rápido de lo que somos capaces de asimilar pero tampoco estamos obligados a hacerlo. Mi padre todavía no sabe manejar el vídeo, ni le interesa (de todas formas ya no funciona).
Cada uno que haga lo que quiera.
A mi cada cosa nueva que me llega material, inmaterial, espiritual o lo que sea es una oportunidad para DECIDIR si me interesa o no. Si le dedico de mi tiempo poco, mucho o nada. Y eso me hace sentir libre cada vez.
Qué comentario más bueno. No sé, para mí está lleno de sentido común. Sobre este tema no lo tengo nada claro, me refiero a ese punto tuyo final sobre lo de decidir. Aparte de las teorías de la alienación del hombre a la sociedad de consumo, me recuerda un poco al debate sobre la TV: yo elijo verla, pero que la encienda o no para mí ¿implica que no pueda debatir sobre la calidad de sus contenidos? Los de la telebasura dicen: hay un lindo botón de apagado, no la veas y punto. Y yo digo: como servicio público, tengo derecho a una TV de calidad. Cuando llega un nuevo móvil, para mí es lo mismo: depende del uso que le haga o bien me planeteo: ¿de verdad necesito todas esas aplicaciones chulas? Buen comentario. ¿No tienes blog? Escribes un poco como un bloguero. Un abrazo. 😀
Hombre por dioses… estás comparando aparatos realmente novedosos a un puto servicio de mierda más como lo es Facebook.
En mi experiencia, no uso messenger ni facebook, primero porque no los necesito y segundo porque el no utilizarlos me devuelve más tiempo a mi vida real.
Por esto coincido en lo último: que cada uno pruebe y decida por sí mismo, si lo necesitan pa’lante, hoygan.
Jajaja. Está claro, yo vengo al blog de Julio, me desahogo y me cargo todo lo que me pongan por delante. 😀
Bueno, te queremos como eres. 😀 Por cierto, al tema: no lo he pillado, a ver, qué tiene que ver que el uso de la tecnología -aparatos, redes sociales, etc.- nos aleje del contacto físico y verbal con la diferencia entre aparatos «realmente» novedosos con los servicios. La tableta o el I-Phone no los consideraría novedad, sino una evolución del móvil y el PC de toda la vida. Una novedad sería si de verdad un neutrino viajara más rápido que la velocidad de la luz. O que me dedique al porno. Ahora bien, si usted, señor, lo que quiere decir es que no tiene nada que ver una tecnología -dispositivos- con una creación abstracta -Facebook, Twitter- que da servicios, pues no, evidentemente, tiene usted toda la razón y además le invito a un café por ello. Pero no usas FB ni TW porque, entre otras cosas, no tienes un blog. Yo me resistí lo máximo pero luego tuve que sucumbir a la marea, de hecho lo escribí. ¿Resultado? Me lee más gente, conozco más gente, me relaciono con más gente. Básicamente, lo que un escritor -un egoísta en potencia- quiere es ser leído, como si me dicen que me leería más gente haciendo un ritual de santería. Un abrazo y buen día. Aquí sol, 26ºC pero el otoño va llegando. 😀