La fuerza de estar a solas

Estoy de acuerdo con esa idea de que es la calidad, y no la cantidad, de las interacciones sociales lo que mejor cuantifica la soledad. La gente que se ha separado o divorciado suele decir con frecuencia: no hay nada más angustiosamente solitario que estar con la persona equivocada.

Sin embargo, tal vez porque la sociedad está construida para empujarte, casi literalmente, a la búsqueda de pareja, una idea repetida por todas partes y envuelta en un celofán rosado de corazones atravesados por flechas, muchas personas, cada vez más, se sienten más libres desde la decisión de vivir parte de su vida a solas -que no solas-. Vivir estos periodos nos da esa libertad individual, control personal o descontrol, según para qué y dónde, y autorrealización, una palabra muy manoseada por las corrientes espirituales del tipo zen y la mala literatura de autoayuda.

A veces porque no queda otra -porque las elecciones que tenemos al alcance no nos tientan lo suficiente o pensamos que no valen la pena-, o bien porque nos hemos construido una vida a solas, a propósito o por azar, en donde hemos descubierto que nos interrelacionamos mejor con los demás y con nuestro mundo, nos damos cuenta que es un valor muy preciado. Irse una mañana a la playa, con una lectura o un diario, nuestros gadgets favoritos y disfrutar, antes de que haya más personas que granos de arena, de ese paraíso, es una delicia. También es disfrutarlo en buena compañía, cierto, pero hay una observación más que añadir a esto último. Cuando se ha pasado por periodos vitales donde se ha tenido que construir la vida a solas, cuando compartimos esa playa o ese desayuno con alguien que no lo ha hecho nunca, se aprecian diferencias sustanciales. Es como si, los que han aprovechado ese tiempo consigo mismo, detectaran que a su agradable compañía le faltaran etapas por cubrir. Un ejemplo real.

Una cena que tuve hace poco con una mujer de 35 años giró en torno a esta cuestión. Me comentaba que, tras su última relación -siempre hay una última-, no solo se había dado cuenta de que necesitaba más tiempo a solas sino que, además, siempre había estado angustiada por no estarlo, y que esto había marcado sus relaciones con los hombres, haciéndola más dependiente. También me dijo que esto también le pasaba con sus amistades, no porque no las quisiera, sino porque le gustaría hacer cosas por ella misma. A continuación, me preguntó si yo había ido alguna vez al cine solo. Yo le respondí que hacía más de diez años desde que comencé a ir solo al cine, a la playa, a una exposición en el CAAM (Centro Atlántico de Arte Moderno), etc. Que lo único que no me llamaba la atención era salir de noche solo, pero que también conocía gente que lo hacía. Cuando acabé de explicarle las circunstancias por las que comencé a hacer esta vida paralela a las de mis amistades o parejas eventuales, me dijo que a ella le daba mucha verguenza que la vieran sola en el cine. No quise preguntar por qué, porque supongo que ella imaginaba que era por esa mirada incómoda de que la observaran allí. Pero yo estaba seguro de que cuando “superara” la prueba se sentiría genial. Me limité a responderle con una máxima que leí que pertenecía a la cultura popular china: “Si algo puede salir bien, ¿de qué te preocupas?; y si algo puede salir mal, ¿de qué te preocupas?”. Tras unos segundos de silencio, tomó un sorbo de vino para meditar la frase; bajó los ojos, movió ligeramente la cabeza, y dijo con cierto fastidio: “Ya”.

En realidad, el encuentro fue bien diferente. El camarero ya se había ido, y como las mesas están situadas en un sofá circular, que a la vez hacen de parapeto de miradas indiscretas, no tienes que estar necesariamente separado por una mesa. Ya habíamos consumido los postres y nos habíamos ido rodando hasta estar muy juntos, con la excusa de mirar a una pareja que no había abierto la boca en toda la cena. Habíamos apostado un cine a ver cuál de los dos hablaba primero y, de momento, la incertidumbre seguía viva. Yo, claro, aposté por la mujer, por tradición y por provocar a mi acompañante, pero ella sospechaba que el hombre aguanta menos tiempo y que diría cualquier cosa como “está bueno” o “pásame la sal”. En esta espera, noté que su mano se había posado levemente sobre mi rodilla, con la excusa de estar riéndose, y entonces me confesó lo que he contado en el párrafo anterior. Sin embargo, al mirarnos a los ojos, hubo un restallido eléctrico, y mi mano siniestra subió por debajo de la minifalda mientras, sonriente, murmuró un “qué haces”. Acercé, pensando que sería muy provocador, mis labios a los suyos, lo justo para no tocarlos, mientras jugaba con mi mirada a sus ojos y sus labios, alternativamente. Mi dedo se posó en su clítoris, no sin que ella hiciera una maniobra orquestal en aquella leve oscuridad, y fue entonces cuando quedó demostrado que el dedo es más poderoso que la pluma y que la espada.

No quiero decir con esto que quien no ha pasado por estas etapas sea una persona incompleta, pero desde luego es alguien diferente en muchos aspectos, sobre todo en los cimientos de su personalidad. Estar solo también te da fuerza, voluntad de intentar hacer lo que tienes que hacer, aunque pases por periodos infértiles o de indecisión -pero esto también te va a suceder con alguien a tu lado-. Esta lucha entre lo que somos -o lo que creemos ser-, lo que queremos ser -el ideal irreal- es lo que llamo en esencia: vivir. Vas encajando las piezas de tu puzle para intentar resolver el sudoku de tu universo.

También sucede que es una forma de autorecompensa y que te resistes a compartir con otros porque es tu pequeño espacio. Por ejemplo, los domingos, cuando me apetece, porque si fuera rutina dejaría de tener su gracia, salgo a desayunar a una terraza cercana. Me compro “el periódico del pueblo”, que decía Makinavaja -El País-, y no solo es el hecho de que me sirvan el desayuno. Es acercarme a la barra y flirtear con la camarera, con una sonrisa enorme que casi siempre te devuelve otra -esta debería ser una máxima newtoniana-; disfrutar de esa mini charla, jugar a los detectives con quienes se hayan acercado a la misma cafetería, tomar el desayuno con calma, consumir la dosis de gigabytes de información, escuchar cómo se va despertando la ciudad y el bullicio va llenando la plaza cercana, y una vez partes de allí vas a la plaza situada a unos pocos cientos de metros y te sientas en un banco a disfrutar del sol, lo que resta del diario y a ordenar la cabeza con las cosas que tienes que hacer.

Quien diga que esto no forma parte de la felicidad, no sabe lo se que dice.

http://www.youtube.com/watch?v=n-hODZgmro0

Imagen: http://www.datingish.com/754923072/i-don%E2%80%99t-believe-in-the-clitoris.

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Sobre el Autor

Julio

La idea de este blog nació de la pasión por escribir y compartir con otros mis ideas. Me interesa la escritura creativa y la literatura en general, pero también la web 2.0, la educación, la sexualidad... Mi intención, en definitiva, es dar rienda suelta a mis pasiones y conocer las de otros; las tuyas. ¡Un saludo!

4 Comentarios

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  • Muchos no sabemos lidiar con la soledad porque ni siquiera le damos la oportunidad, le rehuímos, la intoleramos, no nos sentimos cómodos con ella; como dices por costumbre, por presión social o lo que sea.

    Somos seres sociales que desde el inicio de los tiempos de la civilización se vimos que solos no sobreviviríamos si no estabamos o vivíamos en “manada” o en pareja, así que ahora aunque mucho ha pasado y actualmente todo está hecho para ser independientes, aún estamos peleados con ello.
    Si aceptáramos que así como necesitamos a veces a alguien para tener y hacer compañía tal como necesitamos estar solos algunas veces para reflexionar y recrearnos en nosotros mismos, esto sería otra cosa.

    En mi opinión, como en todo, debe haber cierto equilibrio.. ni tan juntados ni tan solitarios.. en fin.. que a unos se nos vayan los periodos de soledad más de lo que se debe o que nos den ganas de estar con alguien dia y noche es ya otra cosa.. cada quien su historial de vida y sus asuntos pendientes…
    Al final se trata de buscarse lo mejor para uno.

    Un abrazo tocayo, interesante post… sobre todo la parte del dedo poderoso 😉 … jajaja!

    • Ah, no te ibas a ir sin dejarme una nota sobre el dedo, eh, jaja. Bueno, sí, somos sociales, bla bla bla, pero también es una imposición de nuestra cultura, ¿no crees? Antropología pura y dura. Eso es verdad, lo que dijiste al final, hay que buscarse lo mejor para uno. Un abrazo linda de México. 😀

  • Me encantó.
    Disfruto mucho de mis momentos a solas. Fui feliz el día que “re-descubrí” todas las cosas que podía hacer y disfrutar yo sola.
    Estar acompañado está muy bien, pero depender siempre del otro es terrible,
    Coincido con Julia, el equilibrio tiene que ser el punto,tan complicado de encontrar a veces.

    Besote!

    Fay
    PD. Adoro a Florence 🙂

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