El poder del cerebro
Es bastante curioso, aunque las circunstancias sean personales e intransferibles en este caso -no descarto comentarlas más adelante-, que mi nuevo artículo trate sobre un tema tan manido e inesperado.
Podría haber supuesto que mi nueva entrada de mi blog sería diferente -en realidad escribí una, que borré, sobre una «cosa» que tuve con una compañera de trabajo de Economía, una niña en un cuerpo de madurita cuarentona; desde luego a «eso» no se le puede llamar relación, ni nada parecido-, pero también es cierto que cualquiera que hubiera sido el motivo, sería espontáneo.
Hemos leído mucho sobre el poder del cerebro y la maravillosa máquina de componernos que es el cerebro, pero no es menos cierto lo curioso que es la capacidad que tiene de autodestrucción. Sin llevarlo al extremo, o llevándolo, pero yo voy a un día a día más cotidiano, ordinario. Es decir: esos pensamientos rumiantes, mascados hasta la saciedad, negativos, o las ideas preconcebidas sobre nosotros mismos o los demás que son tan hilarantes si las pones frente al espejo -en esos momentos no hay espejo que valga-.
No me cabe la menor duda de que el control de nuestro cerebro, en el buen sentido de la palabra, es la primera y única ocupación vital que debemos tener. Por encima del sexo, porque el sexo es puro cerebro (la imaginación, la fantasía, el deseo, etc.).
Controlando nuestro cerebro, controlamos nuestro mundo alrededor. No hablo de manipulación del entorno ni nada parecido, sino de puro goce, divertimento, de adaptación al medio y demás objetividades subjetivas.
Escribo esto en plena lucha. El cerebro es como una caja fuerte cuya combinación AES-256 bits que cambia a cada momento y que, como un hechicero malvado, te hace creer hasta el tuétano que lo que te dice es lo que es.
Me pregunto qué neuronas se dedican a este juego maquiavélico que es autosabotaje industrial en grado superlativo.
Todo es un aprendizaje.
Mi recomendación para esos momentos en que estás en el submarino de tu cerebro, buceando, normalmente en estado pasivo, autocompadeciéndote miserablemente, es una ducha caliente, lenta.
Un champú de rico olor. Un gel de esos aromatizantes y relajantes. Secarse uno despacio. Ponerse algo calentito (si es invierno).
Escribir en tu blog y prepararte una pizza a tu gusto, nada de mierdas congeladas.
Y luego, si eso, te llamas a una amiga o amigo para sexo telefónico si vives en otra isla y ese buen rato que te pasas con tu hedonismo.
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