Cuentos de verano: La bomba va a explotar
Las Palmas amaneció con un día absolutamente extraño.
1
Lemond había llevado al aprendiz de pescador hacia una cabaña desalojada. Le había enseñado su placa y su tarjeta, de la que el aprendiz, que no sabía inglés, hizo como que entendía. Agente secreto al servicio de su majestad. ¿Conoces a James Bond? Pues somos primos hermanos. El aprendiz asintió y accedió a acompañarle a un lugar más discreto.
-He oído hablar de una caravana cargada de armas y lista para partir.
-Y a mí que me cuenta -respondió el aprendiz, que se había llevado la red con él y estaba arreglándola con paciencia-. Yo sólo estoy arreglando este agujero. Déjeme en paz.
-No puedo dejarte en paz, hijo -dijo Lemond, muy serio y con los brazos en jarra sobre su gabardina, flaco como un espagueti, en su español con acento de Yorkshire-. Si no la detenemos, van a morir muchas personas. Tengo mucho dinero para darte. Dos mil euros por casi nada.
El ayudante siguió concentrado en su arreglo durante al menos diez segundos. Lemond sacó un cigarro y salió afuera. El mar estaba revuelto y la marea se agitaba inquieta contra la pequeña cala pedregosa.
-¿Qué tendría que hacer?
Lemond escuchó aquella voz juvenil y se sonrió. Con el cigarro pegado a los labios, se giró y soltó estas palabras:
-Ya te dije, chico. Casi nada.
2
Durante la cena con sus padres, el aprendiz estuvo algo inquieto. No es que no le gustara el hecho de ganar tanto dinero. Sólo que le gustaría saber qué tendría que hacer. Unas cuantas ideas se le pasaron por la cabeza. Casi nada, le había dicho aquel inglés.
-Come -le dijo el padre sin mirarlo, con su tono seco y grave habitual.
-No tengo hambre.
-Tu padre ha dicho que comas -dijo la madre, que se había levantado a voltear los pescaditos fritos en la sartén.
3
Eran las diez en punto de la noche. Había oído decir que los ingleses eran muy puntales, así que, por si acaso, estuvo media hora antes. Se había llevado un pequeño cuchillo, que llevaba oculto en un calcetín. Había cogido ropa ligera y oscura y se había calado un gorro hasta las orejas. Apenas sí asomaba algún mechón rubio.
Una mano le agarró el hombro y se sobresaltó.
-Tranquilo -dijo Lemond, con un cigarrillo en los labios-. Veo que has llegado puntual.
-¿Qué tengo que hacer?
En realidad hubiera querido hacer otra cosa, pero se había puesto muy nervioso esta vez. Deseó que dijera cualquier cosa, aunque fuera algo peligroso para su vida. No saber nada…
-Casi nada… -respondió Lemond subiendo los hombros y haciendo un gesto con los labios-. Quiero que subas a aquella rampa y me avises cuando llegue la caravana. Es una Volkswagen blanca, un modelo antiguo. Aparcará cerca de la cabaña en que estuvimos ayer. ¿Has entendido?
-Sí.
-En cuanto la veas, quiero que subas una mano y enciendas y apagues este mechero tres o cuatro veces. ¿Entiendes?
El chico cogió el mechero del inglés y se lo metió en el bolsillo.
-Ya me jode no poder fumar -dijo Lemond alejándose a paso ágil.
3
La noche era cerrada y apenas se veía nada a unos metros, así que el aprendiz tuvo que esforzarse. Allí no se veía nada de nada. Esperaba que la caravana llegara con la luz encendida o, al menos, que el ruido del motor se sobrepusiera al arrullo del viento.
No llevaba reloj pero, acostumbrado a navegar desde muy pequeño, calculaba bien las distancias y el tiempo. Llevaré unos veinte minutos, se dijo. Escuchó un ruido de motor acercándose.
De los nervios, antes de estar seguro que era la caravana, sacó el mechero y lo encendió y apagó un par de veces. ¡Maldita sea!, se dijo. ¿Y si no es la caravana?
Bajó de la rampa y se acercó sigiloso al ruido de motor. En efecto, era una caravana, de color claro, y estaba aparcando con las luces apagadas. Una mano agarró con fuerza su hombro y tiró de él para atrás, haciéndolo golpearse contra las piedras.
-¿Qué haces, estúpido? -dijo Lemond en voz baja, tapándole la boca con su mano-. Vas a delatarnos a todos.
El corazón del aprendiz latía a mil pulsaciones por minuto. Lemond le indicó que se dirigiera a la parte de atrás de la cabaña. Sigiloso, la fue rodeando, mientras los latidos le golpeaban el tímpano y casi no le dejaban oír nada más.
4
El aprendiz estaba quieto, detrás de la cabaña, ajeno a los acontecimientos. Esto no era algo que le hacía mucha gracia. Prefería saber qué pasaba. Pero si se movía de allí podría echarlo todo a perder. Y puede que Lemond ya no quisiera pagarle. ¡No podía hacer eso!
Los segundos parecían siglos: nunca antes, en las interminables jornadas de trabajo en el mar, le pareció que el tiempo transcurriera tan lento. A cada momento se ponía más nervioso. Así que tomó una decisión.
5
El aprendiz avanzó con tiento. Sus ojos se habían acostumbrado a ver un poco mejor: arriba, la luna estaba radiante. Vio a Lemond agazapado tras unos bidones. Un hombre, probablemente el conductor, había sacado un walkie-talkie o similar y hablaba al pie de la puerta.
Colgó. El aprendiz se acercó unos pasos más. Lemond pareció sacar algo de su gabardina y avanzó unos pasos. En cuanto el hombre se giró para volver a entrar a la caravana, Lemond se abalanzó contra él e intentó golpearle. Pero el otro le había oído y había detenido el golpe con su brazo. Forcejearon; el hombre de la caravana consiguió derribar a Lemond y quitarle lo que llevaba en la mano. Lemond le dio un buen puñetazo en la mandíbula, pero el otro parecía una roca y seguía golpeando al inglés con saña.
El aprendiz estaba confuso. No sabía qué hacer: por un lado, prefería salir corriendo de allí y no meterse en líos. Por otra, la tentación del dinero… Tomó una resolución: no podía dejar que a Lemond le ocurriera algo. Se había ofrecido a ayudarle y en realidad no había hecho casi nada, como le había dicho al principio. Era su obligación ayudarlo.
Lemond parecía ya exhausto; el hombre de la caravana lo tenía bien sujeto y estrangulaba su cuello con el brazo. La intención no dejaba lugar a dudas. El aprendiz sacó la navaja de su bota y se abalanzó sobre el hombre. Lo pinchó varias veces, pero el hombre de la caravana era duro. Al final, consiguió que cediera su presa y Lemond, liberado, golpeó su rostro con una piedra. Entre los dos lograron reducirlo.
6
El hombre estaba muerto.
El aprendiz tocó su camisa, empapada de sangre caliente. Debía haberle dado en alguna vena. Lemond le dijo que lo había hecho bien y que no se preocupara. En el Servicio Secreto están acostumbrados a estas cosas. Que lo dejara de su cuenta.
-Te has ganado un extra, chico -le dijo-.
El aprendiz hubiera preferido que aquel hombre no estuviera muerto. Pero, a fin de cuentas, dos mil euros más una propina de ¿quinientos más? era una buena cantidad. Y había ayudado a capturar a un malhechor.
-Ayúdame a llevarlo a aquel bote -le dijo Lemond, cogiendo al hombre muerto por los brazos.
Entre los dos lo subieron al bote.
-¿Sabes remar, no? -preguntó Lemond-.
-Sí.
-Pues rema.
Empujaron la barca hasta el mar. Pesaba bastante. Lemond se subió a espaldas del chico para dirigirlo: quería saber bien a dónde iban.
-Lo mejor es arrojarlo desnudo, para que los peces hagan bien su trabajo. ¿Tienes algo pesado para alcanzarme? Un trozo de cuerda servirá también.
El aprendiz dejó los remos y rebuscó. Es raro que una barca no tenga cuerdas, redes, plomos. Le entregó a Lemond todo esto, que ya había empezado a desnudar al muerto. Remó durante al menos media hora hacia el mar abierto.
A continuación, le ató los plomos con una red y cuerda, bien fuerte, y con ayuda del aprendiz lo arrojaron al mar.
-Volvamos -dijo Lemond.
7
Una vez en la playa, empujaron la barca hasta su lugar original. Tenían los pantalones empapados: Lemond lo llevaba peor a causa de su atuendo inglés.
Se dirigieron a la furgoneta.
Lemond abrió la puerta lateral. Había un maletín y una caja de cartón. Abrió la parte superior con sumo cuidado.
Si esto no es una bomba, pensó el aprendiz, que me ensarten en un gancho y me cuelguen al sol. Unas lucecitas rojas y verdes parpadeantes, dos cables gordos sujetos a lo que parecía dinamita o un material similar al de las películas que solía ver en la tele.
-Dame la navaja -le ordenó Lemond-.
El aprendiz sacó la navaja y la limpió -aún tenía restos de sangre- con su camisa. Lemond operó con ella: cortó el cable rojo sin dudarlo. Luego introdujo la mano por la parte trasera y sacó algo que guardó en un bolsillo de su gabardina. Las luces dejaron de parpadear.
-¡Guay! -dijo el aprendiz, que se lamentó de haber hablado tan alto.
8
Lemond abrió el maletín. Había muchos billetes de quinientos euros, de cien, de cincuenta, esparcidos.
-Bonita vista, ¿eh chico? -le dijo Lemond sonriendo-. Voy a darte lo tuyo.
El aprendiz se sonrió sin poder contener su felicidad. Entonces, en un gesto rápido, Lemond le clavó la navaja en el hígado, mientras lo sujetaba contra él para acuchillarlo repetidamente.
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*Nota: Este capítulo final (el 9) me parecía interesante por esa frase de nunca hables con extraños y quería insertarla aunque fuera con calzador, que no fue el título porque no quería hacer evidente a mitad de relato que el joven la palma. Ahora, la sugerencia de Alicia me da que pensar, así que voy a tomarme unos días para decidir porque al acabarlo aquí el relato tiene más fuerza, sinceramente. Lectores avispados. 😉
9
Dicen los vivos que, un segundo antes de expirar, un resumen de nuestra vida pasa por nuestros ojos. Sin embargo, podríamos aventurar cuál pudo ser sel último pensamiento del aprendiz de pescador. ¿Tal vez retumbó en sus oídos la frase de un padre que ve salir a su hijo de noche?
-Nunca hables con extraños.
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Julio
No se si me suscribi pero te envio el comentario
Mi esposo y yo coincidimos que deberias terminarlo así:
«El aprendiz se sonrió sin poder contener su felicidad. Entonces, en un gesto rápido, Lemond le clavó la navaja en el hígado, mientras lo sujetaba contra él para acuchillarlo repetidamente»
No entiendo el título: LA Bomba va a explotar
Un saludo cordial
ALICIA (Alvit Oillart)
Y debo agregar que nos gusto muchísimo y le das mucho suspenso hasta el final
Alicia
¡Hola Alicia! Pues a tí y a tu marido, gracias por leerlo en primer lugar.
En segundo, vaya, parece que sí, que eliminando ese final coge fuerza. Voy a tener que meditarlo porque está recién sacado del horno, como quien dice, pero tiene más sentido el relato.
Esto de escribir es tan complicado… En fin, muchas gracias por leerlo y oye si gustó, doble alegría.
¡Un abrazo!
P.d.: ¡Y gracias por la sugerencia! Ah, el título: hay una supuesta bomba en la caravana. Es el pretexto. Pero había otros títulos, en eso estoy de acuerdo también, pero este me gusta por lo sencillo y nada pretencioso: lo bueno está en el relato en sí, o esa era la intención. 😀
Me gustan las historias de suspense y la foto que has puesto es muy buena, felicidades.
.-= Último artículo del blog de Flordegato… Las vacaciones =-.
¡Muchas gracias Flordegato! Me encanta que guste algo que escribo, así motiva a escribir más.
¡Un saludo! 😀
Si hubiera que darle más verosimilitud al relato, le añadiria o cambiaria lo siguiente.:
* Asesinar también al aprendiz cuando este tira el cuerpo por la borda en la barca. Así se matan dos pájaros de un tiro. Y dejar que estalle la bomba en la casa …
* Cuando matan a la victima, es consejo del buen hacer del lumpen, hay que degollar a la víctima ya que el ser humano puede aguantar bastantes puñaladas y aunque parezca muerto te puede dar un susto: uhhh!!! jejeje
* Estas cosas, también consejo del manual del buen hacer del lumpen, se hacen de día. Aunque parezca increible es así (estadísitcas). Ya que la probabilidad de que te pare un control y descubra sangre o la bomba o la papela personal … es menor. La culpa la tiene la ley antiacohol.
* Añadiria una sodomización a los cadáveres, la necrofilia vende ( emulando a http://es.wikipedia.org/wiki/Charles_Bukowski ) y bourbon y drogas. Hay que darle realismo humano 🙂 .
¿Que no se puede hacer de día y si de noche? nada, es cuestión de costumbres.
.-= Último artículo del blog de Javier Castañón… Curso de redes Windows – Windows Server 2003 =-.
Bueno, yo soy fan de el decálogo de Vizinczey, que dice que nada de hacer caso al personal que opina de tus textos 😀 Pero tú eres un provocador y no me das una recomendación, sino cuatro. Como decía Jeckyll, por partes:
1) Bueno, sería otro relato. Pero ten en cuenta que Lemond no saber remar, por eso necesita del chico para volver a tierra y dejar la barca como estaba. 😀
2) Eres un fan de las snuff y el gore, lo mío es más bien estilo «relato corto inspirado en el cine negro y de espías y de consumo rápido para el verano «.
3) Por ser el cine hollywoodiense tan efectista, la gente se ha acostumbrado a que cuesta matar a alguien. Un par de cuchillazos son más que suficientes, en la vida real.
4) El lumpen y yo no vamos por el mismo sendero.
5) Ya con el realismo sucio te has salido. 😀
En un puerto de pescadores y de día se podría hacer el relato, cierto, pero no sería éste -y sí, se puede ambientar más y tal, pero ganaría en extensión y tal cual es inmediato y hace ¡pum! tal y como yo lo leo; creo que los referentes novelísticos y cinéfilos son demasiaso poderosos para mí. Aunque de día requeriría hilarlo todo muy bien -lleno de pescadores y gente de acá para allá- y así tal cual está la historia se lee de un tirón.
En este caso, se respetan los puntos de vista, pero no se comparten: son argumentales, es decir, tus aportes escribirían, como ya dije, OTRA historia.
¡Y gracias por leerlo! Al final, nadie me dice si el último párrafo sobra o no, que es el tema ¡cada vez estoy más convencido de que sobra! 😀
Todo artista es un poco transgresor, incluso algo criminal, para las mente bienpensantes … Al igual que Mario Conde pertenece a un tipo de Hampa especial, no precisamente lumpen proletario, pero si Lumpen de guante blanco. Ese que persigue la udico y otras fuerzas especiales que ni siquiera sabemos sus nombres (el estado es la mayor mafia y protege sus secretos cual masones de la mano izquierda). Así que si eres capaz de concebir crimenes en tu imaginación es que si vas por una senda paralela al lumpen .. todo es mental, el criminal imagina, medita y piensa antes de perpetrar su obra, la diferencia es que tu solo te circunscribes a la mente y al negro sobre blanco, se queda en idea (menos mal). Hay un secreto que saben algunos místicos e iniciados, todo lo que se piensa e imagina se va materializando mágicamente en la vida, de forma insospechada, ma piano piano … Todo es mente, solo la niebla es real. Por eso nos encanta el cine, la literatura y las historias. El homus virtualis es lo que somos en realidad.
Buen finde, hoy viernes toca la realidad: orgia y ebriedad 🙂
.-= Último artículo del blog de Javier Castañón… Las flores del mal – I – Baudelaire =-.
Un comentario muy chulo, eh, se nota que hay algo más que snuff y gore dentro de esa cabecita. 😀
Cada vez estoy convencido de que un blog es el bloguero más los comentarios. No me quejo: por aquí me dejan cada uno que alucino.
Que pases un muy buen finde: vacía las botellas y regocíjate con las doncellas, y deja de dar envidia 😀
Esta muy bien , para ser la primera vez que te leo, tu escritura, comentarios y tu inventiva, asi como al final todo se reduce a una moraleja…. Me a parecido muy» fresco» tiene un aire muy innovador.
Enhorabuena
¡Hola Sandra! Muchas gracias por leerme y por tu crítica. ¡Un abrazo y feliz Semana Santa!