Sexo en el taxi
Dijo Martina Klein que un lugar maravilloso para tener sexo es en un taxi. Afirmo la primera parte, es decir: hay quien tiene sexo en un taxi. Soy taxista. Y mi infortunio comenzó en la calle 14, Rue del Percebe.
En un giro malévolo del destino una clienta fija llamó a la empresa de Radio Taxis donde trabajo. Todo comenzó de lo más casual. Una teta, luego la otra, mirándome fijamente a través del retrovisor. Nuestras miradas se encontraron y me ruboricé; ella parecía de lo más divertida, dejando escapar un ¡ja! revelador.
Lo fatal: me empotré en un giro a noventa por hora, el vaquero haciéndome daño en el vientre por el repentino despertar de mi verga, que tiraba hacia arriba de la cremallera, contra un poste de la luz.
Por supuesto, ella corrió con todos los gastos: y cuando abandoné el hospital me agasajó hasta el extremo de tener que pedirle que parara.
Volví a mi trabajo. Pocos días después, me llamaron. 14, Rue del Percebe. Pensé: qué coincidencia. Allí estaba la clienta. Llamo a la empresa: no la pienso llevar. De allí me dieron dos opciones: llevarla o el despido. Opté por la segunda. Me saludó. Me dijo: ve, ya te diré cuando. Sacó juguetes varios; se intrudujo un dildo violeta sutilmente por el culo y por su vagina… primero un dedo, dos tres, cuatro, la mano entera. Esta vez me sacaron los bomberos, tras dos vueltas de campana. La clienta tardó más meses que yo en recuperarse, por fortuna.
Si hago recuento de mis viajes, me sale: seis fracturas óseas, dos de ellas en el mismo brazo, contusiones a medio curar y cicatrices en el rostro, la dentadura inferior nueva y la necesidad de ir a un fisioterapeuta, según me dijeron, «de por vida». Puedo decir que soy millonario, gracias a la generosidad de la clienta, por la parte positiva, si es que la tiene, y me ha pagado generosamente las consultas del psicoterapeuta: cada vez que la voy a buscar padezco minicrisis de ansiedad.
Sólo una vez intercambiamos una pequeña charla. Le pregunté: por qué yo. Me dijo: no eres tú; es el hecho de saber que no puedes controlarte y te estampes contra lo que sea. Unos segundos antes, la mezcla entre la adrenalina y mi orgasmo son inenarrables. Y ya basta: no vuelvas a hablarme jamás. Ve.
Me cago en Martina Klein.
Imagen: www.vanitatis.com.
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Que fuerte Julio,ja,ja,ja…
Menos mal que sé que es ficción, pero historias similares las hay 🙂
Eso te pasa por mirar por donde no debes, el retrovisor es para la conducción no para el voyeurismo,ja,ja,ja,ja,ja.
Genial el post!
Un saludo
Ha sido divertido volver a visitar tu ciudad de un billón de sueños… 😀
.-= Último artículo del blog de EURICE… Abrazada, me quede dormida =-.
¡Muchacho! ¡Qué has herido mis sentimientos con lo del paquete empujando el poste de la luz para arriba! ¡Me dolió!
😉
¡Un abrazo Julio! ¡Te sigo leyendo aunque resquebraje menos los comentarios! 🙂
.-= Último artículo del blog de Angel Cabrera… Por qué los hombres quieren sexo y las mujeres necesitan amor =-.
Yo en el taxi no, soy demasiado comodina, en la cama y usamos los juguetes que quieras. Si señor.
Que loca la Martina
Muaack
p.d. «usamos» obviamente lo digo en sentido figurado no quiero ilusionarte 😉
@Tania: Menos mal, porque ya empezaba a imaginarme yo y cuando pongo la directa no veas lo que me emociono. Por cierto, sí, lo dijo en un programa de la televisión, es lo que tiene ser top model muchos años, que de no comer sufren alucinaciones. ¡Beso! 😀