Infidelidad: un placer descuidado
Como nunca tenemos libertad para amar o para dejar de amar, el enamorado no puede quejarse con justicia de la inconstancia de su amada, ni esta de la veleidad de su enamorado.
Máxima 577, La Rochefoucauld.
No se puede coger un genio y repartir sus sabios consejos por el mundo, entre otras cosas porque, como bien dice, quien no tiene abonado en su propio cuerpo dichos consejos ningún bien hará en difundirlos. Y, además, tampoco podemos escoger aquellos que nos abren la puerta y dejar a un lado los que nos señalan nuestros defectos.
Sin embargo, François nos ha dejado una puerta abierta, lo que supone un sentimiento de libertad que siempre es bien agradecido -y no que nos la cierren-. El que otros nos despierten un placer sexual es lógico, y como tal libertad, ¡amemos ese cuerpo, no contengamos esa energía erótica puesto que el instinto jamás se equivoca! Disfrutemos, pues, del encuentro con el otro porque, aún en pareja, debemos aceptarlo como normal.
Una vez, cierta mujer con la que hablaba, una señorita como la de tu mismo portal, me confesó que tenía pareja pero que, en aquellas circunstancias, su marido era comprensivo con algunas de sus veleidades.
¿Como cuáles?, le pregunté. Bueno, dijo ella, me gusta coquetear con chicas. Él lo sabe, pero no le cuento jamás las conversaciones que tengo con ellas, y me deja libertad consciente de que no le seré infiel. A veces, incluso, se ha ido a dormir y me ha dejado chateando con chicas. ¡No hay ningún problema, sabes!
¡Está muy bien la confianza en la pareja! ¿Y lo eres?, le pregunté. Sí, me respondió, una vez tuve una aventura con una, pero él tampoco necesita saberlo, durante unos meses. A mí me atraen las mujeres, y aquello fue al principio de nuestro matrimonio…
De acuerdo, le dije, pero eres joven todavía, solo tienes 29 años, y lo que yo creo es que estás buscando tu oportunidad de tener otra noche loca con una mujer, porque va en tu esencia, y no quieres luchar contra eso… y comprobar de una vez si eso que piensas, que es que vas a alucinar, es cierto. Lo que ocurre es que ya no te da la gana de querer pararlo. Quieres probarlo de nuevo y ya: te abre tu sexualidad.
Se rió, me vino a decir que cómo demonios me había percatado de eso -cuando precisamente se había ocupado de que me quedara todo meridianamente claro con sus palabras, su mirada, el cruce de piernas fatídico, el coqueteo con su cabello, el entorno de los ojos, la sonrisa que muta de aspecto y es como si pudiera modularse en mil distintas y con matices definidos y precisos…- y que estaba a punto de repetir su experimento con una chica muy guapa y bisexual. Me sonreí y le dije, algo desanimado: qué pena. Y ella me respondió: pena por qué, no la veo hasta el domingo.
Y bueno, mujeres, quién las entiende…
Lo que quiero decir con este ejemplo -narrado literariamente, tal vez, pero no sé escribir de otra forma-, y no me refiero a la infidelidad desde el punto de vista biológico -que también- sino a que, partiendo de la ecuación de La Rochefoucauld, este viene a arrasar el concepto de familia tradicional -o al menos a desvelar la hipocresía, ya sea en el matrimonio o la pareja, a lo Molière-, y los llama, a los no elegidos -me da lo mismo si es hombre o mujer- cobardes por no dejar rienda suelta a su impulso natural -que, además, los castiga por no darles cumplida salida como quien arrastra una bolsa de frustraciones-.
Rocío es inteligente: obtiene el placer que quiere cuando quiere, ha encontrado un hombre que acepta esta condición y a saber cuáles más pero, a cambio, este disfruta de la pareja que desea, un dulce coñito -porque todos lo son- y mil juegos públicos y lúbricos más -porque además me ha confesado, en alguna ocasión, que le gusta el exhibicionismo y el fetichismo y un montón de ismos más, como si la naturaleza se hubiera empeñado en hacer de ella un modelo de perversión, de tal forma que en secreto la llamo Rocío «la vanguardista»-.
¿Y tú, eres cobarde y te atienes a una vida monacal, segura, sin remordimiento de conciencia? Y si fuera así… ¿te reprimes? Joder, qué preguntas hago, no me va a responder ni el Tato.
P.d.: sí, en mi bitácora digo coño, qué pasa. El coño, de toda la vida, o vamos a ponernos finos. 😀
Imagen: demujer.es.
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Julio!! el artículo es bueno , me gusta.Yo a estas alturas me niego , si me niego rotundamente decir que soy buena. Un poquito cobarde pues si, para que te voy a mentir. No vivo atada , mi vida es tranquila. Pero soy humana y mis sentimientos hablan solos. Que es la infidelidad? es un arma asesina de nuestros corazones? Es un pecado? Nunca digamos nunca jamás. Somos plenamente felices? NO , eso creo yo.
Y ya con el clip de Joe Cocker, me has dejado rematadamente feliz para todo el día, me encanta Joe.
Un besin 😀
¡Gracias Almogrote! Una valiente diciendo lo que piensa, jaja. Pues sí, nunca digamos nunca jamás, eh, jaja. Puse esa versión porque en directo siempre es mejor y está subtitulada, la letra es muy significativa, eh, déjame libre y tal jaja. Un besooote. 😀
Me he divertido mucho leyéndolo, pero ¿por qué siempre acabas fastidiándola? Joder qué preguntitas! Acertaste, no te va a contestar ni el Tato, jajaja.
Bueno quizá sí, alguna kamikaze como almogrote o yo misma. Y digo alguna porque no veo que los chicos se animen a responder algo que exige -sí, exige- sinceridad… Y si fuera mala 😀 diría: «es su naturaleza».
Confieso que siempre he sido cobarde, aunque también sé perfectamente que podría dejar de serlo en cualquier momento. Todo es cuestión de quién, cómo y en qué momento. Y eso, si he de seguir siendo sincera, me da verdadero vértigo.
Salut!
Somos muchos los cobardes y creo que la cosa en todo caso es no contarlo. Así que la suerte de los cobardes es que podemos decir cosas como «ah, vete a saber». Y tan ricamente. Dejas el misterio y ya el que quieres que sepa la verdad se la cuentas y punto. Qué me ha gustado tu comentario (lo suscribo casi al 100% pero en el fondo te has dejado atrás la parte de que somos un poco malos los dos) 😀