Publico mi primer libro de relatos
Nunca fue mío el dulce sol perfecto;
lo que nunca fue mío, me ha dejado.
Balada del muro blanco, Pedro Perdomo Acedo.
¡Voy a publicar
mi primer libro de relatos!
¡Quedan unos pocos meses para la publicación de A través del espejo, en Ediciones Idea! El libro consta de una colección de doce relatos que envié en una botella verde muy bonita que había comprado a la vuelta de un viaje en un duty free. La botella estaba sobre un cartelito que ponía: “La verdadera botella del náufrago Robinson Crusoe”. Fue demasiado tentador y la compré sin pensármelo dos veces. El objeto reposó en mi estantería durante años sin que jamás sospechara el fin para el que iba ser usado.
Les contaré, por si quieren saberlo, que la aventura de este manuscrito comenzó hace, mucho, mucho tiempo, pero que la penúltima aventura a través de mi espejo se había desarrollado en la playa de Las Canteras.
Aquella mañana me había levantado muy temprano. Mientras desayunaba, había enrollado el corcho de la botella con cinta de fontanero para evitar que le entrara agua. Metí el manuscrito enrollado después de cerciorarme, probándola en el lavamanos, de que en efecto era hermética. Lo había atado muy fuerte, para hacerlo lo más delgado posible, con una cinta blanca y ancha en la que había escrito mi nombre y mi correo electrónico. Con el trabajo manual concluido, puse la botella sobre la palma de la mano y la observé unos instantes como si estuviera ante un objeto mágico. Desperté de mi ensimismamiento, cogí mi bolso, la guardé dentro y salí a toda prisa. No había tiempo que perder.
La guagua se había retrasado y, a pesar de mis cálculos, cuando llegué a la playa el amanecer ya se había desperezado. No había nadie; nadie paseando los perros, nadie haciendo footing por la playa o la avenida, ni tan siquiera un albatros o una gaviota rizando el viento. Sentí, nada más avanzar unos pasos en la arena rubia, el olor agrio y penetrante de las algas rojas que se habían ido amontonando en dunas durante la noche. El viento racheado me agitaba el pelo sobre la cara y sentía el frío que llegaba de mar adentro. La panza de burro estropeaba el amanecer idílico que había imaginado. Ya era tarde para echarse atrás. Me había vestido con una sudadera gris y unos vaqueros que me remangué hasta las rodillas. Entré poco a poco en el agua.
Recuerdo que tuve un escalofrío al sentir el agua helada subiéndome hasta las canillas. Saqué la botella del bolso y sin más liturgia la arrojé lo más lejos que pude. Esta giró violenta, rompiendo en una parábola la quietud de aquel escenario. Un rayo de luz encontró una rendija en el escudo de nubes y rebotó en un chispazo sobre el vidrio, una síntesis de ese instante continuo, ausente de ruido o dulzura.
“El rumbo es incierto”, dije en voz alta, como en los malos versos, y la botella en el mar ascendía y descendía, alejándose con parsimonia. De repente, giró hacia la derecha; entre otros pensamientos irracionales, pensé que iba rumbo a Lanzarote o, más probablemente, hacia San Borondón. Mantuve el equilibrio mientras mis pies se enterraban cada vez más en el fondo de la corriente, que a ratitos daba tirones, como amenazando. Girado el tronco, con la mano a modo de visera mientras mis ojos se acostumbraban a la claridad, y aguzando la vista, me aseguré de que no encallaba en La Barra, una lengua de arenisca y coral de dos kilómetros de largo que se encuentra a doscientos metros de la orilla. La botella tropezó, sin embargo. ¿Habrá encallado? Temí que se rompiera por la fuerza de la corriente contra la roca y ya un poco resignado dije:
-No me jodas.
La botella parecía encallada, definitivamente; tan pronto giraba sobre sí misma, apareciendo y desapareciendo, como se rodaba unos pocos metros, alimentando mi esperanza, para volver al obstáculo que no la dejaba avanzar. Miré a mi alrededor. Seguía a solas, con la ciudad estirando la hora prima. El amanecer estaba a punto de concluir y el mar, hasta el momento un espectador mudo, como la estatua de Kraus que miraba en la dirección de la botella, comenzaba a rebelarse. La corriente aumentó. El viento creaba remolinos en mi cabello y me entorpecía la visión; las olas rompían en un torbellino blanco contra la orilla. Tuve que dar unos pasos hacia atrás para no empaparme.
En uno de los momentos en los que el mar recogía la ola en su sedal para lanzarla de nuevo, la corriente elevó la botella sobre el obstáculo, “’¡está allí!”, me dije, y comenzó a aumentar la velocidad hacia el horizonte. Unos pocos minutos después ya no la pude distinguir, perdida en los rizos blancos de la marejada. Salí del mar y metí los pies, rígidos del frío, en las esclavas negras. No dependía de mí lo que sucediera a partir de entonces. Había cumplido mi parte. ¿Dónde habrá una cafetería abierta, pensé, para celebrarlo conmigo mismo con un buen café y un sándwich?
No es improbable, continuó mi pensamiento, acaso febril, sentado en la barra de un bar en penumbra y mientras repasaba la prensa local, que el destino de la botella pudiera concluir en la costa de San Borondón y perderse así el manuscrito para siempre. Pero cuando llegó el correo electrónico de Ediciones Idea, dos meses después, volvió la fiebre. Reescribí las páginas de mi memoria y supe entonces lo que había sucedido, con la misma certeza con la que puedo asegurar que las hojas de los flamboyanes suenan como un aleteo sordo cuando te embelesas sobre el tronco: un cachalote blanco, tal vez punteando la costa de San Borondón,
al igual que los moribundos demuestran un brote de lucidez soberbia momentos antes de abandonarnos, la naturaleza lo puede expresar mediante el acto del juego,
se encontró con la botella verde, y ensimismada en su forma la fue empujando con su morro chato hacia la costa de Tenerife, lanzándola al aire y golpeándola al caer con su cola como a una pelota de tenis, hundiéndola bajo cincuenta toneladas para girar y hacerla romper la superficie del agua como un violento cohete. Una vez acabado el juego, tras el parpadeo imperceptible de sus ópalos de fuego y que guardaban la expresión de una risa, partió, quizás en busca del rumbo del que se había desviado. Lo que sucedió entre el instante en que la botella fue encontrada y el correo electrónico que me enviaron forma parte de la leyenda inextricable de los editores.
Dirán ustedes que este cuento es inverosímil y que nada de esto sucedió y que no debería volver a aquella cafetería de la zona portuaria. Veo en sus rostros la sospecha de que alguna sustancia alucinógena debían haberme echado en aquel café.
Sin embargo, díganme entonces: ¡cómo es posible…! En los amaneceres en que recorro Las Canteras a la busca de la línea del desvío, un géiser rompe a intervalos irregulares el lienzo mate y vaporoso del horizonte, como las pinceladas dionisíacas de un Ahab arrebatado; ¡y acaso no ven allá aquel ópalo de fuego gigante, que a duras penas enfoca mi miopía, y que se recorta al emerger sobre la bóveda del azul sobre el azul!
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Creando espectación? 🙂
Me alegro de que te publiquen es todo un lujo a la altura de esta historia que te has marcado 🙂
Salu2
Hala, qué piropazo. Cuando viene de un tío como tú que escribes unos relatazos, me pongo el doble de rojo. La expectación, pues claro, así me da tiempo de hablar de qué siento, los miedos, las alegías, esas cosas, esto es un mundo en sí mismo. Aquí donde me ves estoy por un lado seguro de mí mismo pero acojonado por la crítica -esto es así, a lo mejor soy bipolar y yo sin enterarme, jaja-. A ver si al final resulta que publicamos al mismo tiempo…. 😀 ¡Un abrazo! 😀
El que la sigue la consigue y, en este caso, merecidamente. El mundo clásico del papel te debía una…
Me alegro.
Salu2
¡Hola Javier! Gracias por las palabras, de corazón, y por dejarte caer a menudo, con la cantidad de gente que te sigue y sigues, y buscarte un ratito para dejar tus opiniones. A ver qué tal sale, la ilusión por delante. ¡Un abrazo y feliz semana! 😀
Felicidades Julio! Aquí ya tienes a un lector…
1 abrazo
¡Hola Kim! Pues muchas gracias y será interesante que te lo leas. Lo digo porque si sumo las lecturas que pones en tu blog más tus comentarios, me recuerdas un poco al tipo de lecturas que yo hago y entonces me das miedito, jajaja. Pero será genial saber qué opinas, con total libertad y respeto. De hecho, me gustaría saberlo. Un abrazo grande por la Calle del Orco. 😀
Felicidades. Llego tarde a decírtelo (como el personaje de Lewis Carrol). Me encanta este relato. Me encantan las historias relacionadas con los mensajes en botellas, es como si el mar nos dijese que, al fin y al cabo, tampoco existe tanta distancia entre unos y otros. No sabes lo mucho que me alegro. Muchos besos, ojitos verdes.
¡Hola linda! No llegas tarde, porque me ha sentado igual de rico que si me lo dices en su momento. Aún queda para que llegue a las librerías así que guay. Muchas gracias y te mando un besazo -yo pensé en El diablo en la botella y en Robinson Crusoe cuando pensaba en la botella, dos libros geniales, aunque El diablo… lo recuerdo como una narración corta-. Un abrazo. =D
¡Felicidades! Sí, señor! Un abrazo 😀
Muchas gracias, Fay, un besote grande. 😀