Las aventuras de Chloé II

Los cromados habían hecho furor el último verano, así que aparecían, en un alarde de aburrimiento, en las largas filas de coches del aparcamiento subterráneo. No se escuchaba un ruido; si avanzamos desde la salida y nos adentramos sin miedo en la garganta, pues ya está avanzada la madrugada, escuchamos el frotar chillón de los neumáticos contra el cemento, casi siempre a lo lejos. Ni focos, ni conversaciones, nada.

Puede que decidamos bajar un par de niveles a la búsqueda de aventura; encontraremos que la iluminación brilla por su ausencia; y, si continuáramos el descenso, aparecerían las sombras sospechosas en las escaleras mecánicas centrales, que parecen ascender a una ciudad de neones rojos y aislamiento. Giramos entonces nuestros pasos con lentitud, procurando no hacer nada de ruido, conteniendo casi la respiración, aguzando los sentidos en esta selva artificial de columnas de cemento y penumbras del subterráneo, contemplando los coches como receptáculos deshumanizados, los dueños limpiando con esmero, los domingos al mediodía, los restos de sus vidas o como si estos los abandonaran al bajar. Daría igual, en el fondo, pensaríamos en aquel cementerio de metal, partir en uno u otro. Giraríamos en la bifurcación, ya cerca de la salida de emergencia, donde las cámaras de vigilancia no pueden captar ninguna imagen, y a lo mejor percibiríamos algo. No sabemos qué, exactamente. Puede que, con un poco de paciencia, esa percepción se decantara por ¿ondas sonoras? que llegaran de forma leve, casi imperceptible. Nos detenemos. Intentamos calmar el ruido del bombeo del corazón; mantenemos la respiración todo lo que podemos y, dejando de escucharnos por dentro, volvemos a sentirlo. Sí, no hay duda. Es un sonido que va adquiriendo corporeidad… y viene de detrás de la furgoneta azul marino. ¿Un rata? ¿Un vigilante? ¿Un peligroso ladrón? Las sospechas van eligiendo un abanico de terror que parten de un epicentro conocido: nuestro miedo ancestral a la ausencia de luz.

Quizá nos acerquemos unos pasos; o mejor no, mejor damos un rodeo desde donde no nos puedan ver… Sí, eso hacemos, exagerando los pasos como un mimo en una representación, apoyando la puntera del zapato con sumo cuidado… Giramos alrededor, nos agachamos… ¿qué diremos si nos sorprende en esta actitud la autoridad, que perdimos las llaves del coche…? ¿O contaremos la verdad; que vimos a Chloé entrando con un desconocido en el aparcamiento y…?

Ahora el sonido nos llega con más nitidez; es un sonido ahogado, como si no quisiera revelarse pero, al mismo tiempo contuviera el peso de los días o de las horas, un silencio pendular, aquí en el subterráneo. Nos agachamos; tal vez reptamos para obtener una mejor perspectiva, ocultos entre una columna y el guardabarros de un deportivo gris plata. Vemos al hombre con la cabeza hacia atrás, como si estuviera observando el techo bajo de aluminio y las cajas del aire acondicionado. Nos colocamos en mejor posición. Sí, es Chloé, con su vestido blanco y estampado de flores anaranjadas y su hermosa cabellera pelirroja rasgando su espalda, los zapatos italianos, de charol, de rojo carmín, con tacón de quince centímetros, de espaldas y apoyada sobre el capó de un monovolumen, las piernas blancas como la leche y bien abiertas, las bragas azules en los tobillos, el hombre cimbreándose en su culo mientras mira hacia el techo como si rezara un Ave María. Y ahora se oye, con más peso, ese sonido, que en realidad no se oye, verdad, es ese sonido que gana peso por su misma ansia de silencio… ya me entienden.

¿Qué es eso que lleva Chloé…? A pesar del riesgo de ser sorprendido, nos incorporamos levemente, nos ponemos de rodillas, y aguzamos la vista. Lleva una mordaza de cuero, atada como un cinturón por la parte posterior de la cabeza, y que sujeta en la boca una pelota de un rojo chillón. ¡Y de repente gira la cabeza y apenas nos da tiempo a ocultarnos!

¿Miramos, no miramos? Es una insensatez, lo que deberíamos hacer es salir de allí con el mismo sigilo con el que llegamos… ¿Queremos meternos en un lío? No, verdad. Pero, aquella imagen, tan poderosa… ¿Qué llevaba Chloé, exactamente, a qué está expuesta ahora, quizá contra su voluntad…? Cuando asomamos la cabecita, vemos al hombre, con las manos agarrando las caderas como si levantara dos cachorros por el pescuezo. Se aprecia la carne de su verga entrado y saliendo; es de los que les gusta hacerlo con ritmo, parar; sacarla muy lentamente, como para que Chloé sepa lo que tiene ahí adentro, eh, Chloé, parece decirle, estoy adentro, y la deja afuera con su glande apuntando a la vagina; abre su culo y se ve en la penumbra aquella mata de vello, y el hombre hace resbalar sus dedos por los labios, el clítoris, durante unos segundos. La penetra con dos dedos, con tres, como una biela, y no contento con eso toma con dos dedos el clítoris de carne hinchada y lo sujeta y lo hace resbalar hasta que se suelta con un latigazo de entre los dedos. Las piernas de Chloé parecen flaquear y se estremecen,pero la pelota impide que pueda emitir algún sonido, y esa energía se vuelca dentro de ella, se aprecia claramente, como un tsunami contenido dentro de su cuerpo… Y esto es, quizás, lo que hace agitarse su vestido que termina en una falda de vuelo y que lleva remangado hasta las caderas, asomando su culo blanco y carnoso como un sandía blanca que es partida en dos mitades; ¡y de repente gira la cabeza hacia nosotros, y no estábamos preparados para reaccionar! ¡Chloé!

Pero ¿por qué esta vez no nos escondemos con la misma urgencia?… Ella no nos presta atención… Chloé no está en este subterráneo, parecen decirnos sus ojos entrecerrados y vueltos hacia adentro, ¿qué puedes ver, Chloé, qué clase de energía estás observando? Pudimos comprobar cómo la saliva manaba por la boca y caía sobre el borde del capó… El hombre detiene su exploración de la vagina y el clítoris y avanza su glande hacia la entrada… Lo gira alrededor; lo saca, vuelve a acercar el glande, que parece retrasarse… Experimenta con el roce, todo el tiempo mirando hacia arriba… y lentamente la hunde despacio hasta que los testículos se aplastan contra el culo de Chloé… Vuelve a follarla frenéticamente, Chloé quisiera decirnos algo, pero no puede, la saliva sigue chorreando la bola reluciente y ya cae en hilos sobre el cemento, mientras el hombre, poseído de algún tipo de maldad, le azota el culo… El ruido de los azotes explota en el subterráneo y, como una llamada de auxilio incontenible, enrosca de repente el cabello ondulado y pelirrojo de Chloé en una mano y tira con violencia hacia atrás, y ella se ve obligada a arquear su espalda mientras la bola de látex sigue chorreando saliva que baja por su cuello y se desliza dentro de su escote, manchándola como una lluvia fina y densa… Y entonces el hombre empuja se hunde dentro de ella, Chloé estira los pies como una bailarina danzando sobre tacones de aguja, y él la muerde en la nuca mientas convulsiona una, dos , tres, cuatro, cinco veces, con un ronquido gutural, y la deja hundida dentro unos segundos, como para asegurarse de haber descargado del todo… Suelta el cabello de Chloé, que cae rendida sobre el capó, el hombre saca su verga aún erecta y la limpia en el culo de Chloé, que ha vuelto la cabeza del otro lado, pero no hace nada por moverse… El hombre se queda de pie y susurra algo; más que una palabra, parecía un ruido… Chloé se da la vuelta. Parece agotada, pero no; ella misma desata el cinturón de su boca, se agacha, y chupa la verga hasta, suponemos, dejarla reluciente… Cuando el hombre se da por satisfecho, le agarra del cabello y la aparta con cierto desprecio. Ella no dice nada; el hombre se la guarda, se abrocha la cremallera y va hacia la puerta delantera del coche. Lo abre y entra. Chloé recompone su vestuario; se sube las bragas, se estira su precioso vestido anaranjado y no se olvida de recoger el cinturón con la bolita roja. Se da la vuelta, se dirige al asiento del copiloto, entra y cierra la puerta. El coche arranca y parte. Nosotros intentamos averiguar la matrícula, pero está demasiado oscuro. Buenas noches, Chloé, le decimos en nuestro pensamiento.

http://www.youtube.com/watch?v=Fc6thwTVwtU

 

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Sobre el Autor

Julio

La idea de este blog nació de la pasión por escribir y compartir con otros mis ideas. Me interesa la escritura creativa y la literatura en general, pero también la web 2.0, la educación, la sexualidad... Mi intención, en definitiva, es dar rienda suelta a mis pasiones y conocer las de otros; las tuyas. ¡Un saludo!

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