Alex, el protagonista de una de las mejores novelas que he leído jamás, La naranja mecánica, de Anthony Burguess, no es ni don Camilo ni un Pepone. Sus pensamientos son confusos y ambiguos e introducen una personal reflexión acerca del no-yo (el individuo desnaturalizado) y de los órganos represores de la voluntad del individuo, también censurados por el capellán de la prisión quien, frente a un Alex incapaz de albergar ni tan siquiera un pensamiento violento (que le conduciría, irremediablemente, a la náusea), se plantea dudas sobre la ética del experimento. Estos interrogantes se convierten en vivos alegatos políticos en manos de F. Alexandre, el escritor de La naranja mecánica, el cual censura las prácticas totalitarias del gobierno para enfrentarse a la violencia que alberga la sociedad. Y nos encontramos, entonces, con la excusa de Burguess, el armazón ideológico que sustenta la novela.
La brutalidad de las acciones de Alex y sus drugos no logra invalidar la reflexión de la obra. En este sentido, la novela no hace ninguna concesión, la complejidad del problema moral que nos plantea no está en modo alguno simplificada ni ofrece soluciones sencillas y unívocas; posiblemente es esta una de las características que acerca, inicialmente, la obra a la ironía: el desasosiego de la crítica a un sistema de valores sin plantear una alternativa para el mismo.
La libertad moral es una de las libertades más importante, si no la más importante, de cualquier libertad disponible para los seres humanos. La libertad moral es la capacidad de elegir realizar buenos y malos actos, o ambos. Los gobiernos totalitarios niegan esta opción individual y así, suprimen y sofocan el alma. El ajuste de la naranja mecánica es un paralelismo general con un gobierno totalitario y opresivo. Alex, el protagonista, es el representante del hombre común y su lucha en este tipo de gobierno. En la novela, el ciudadano Anthony sugiere que la importancia de la libertad moral esté tensionada incluso para los criminales condenados por la sociedad. El debate continuará abierto. En contra de la opinión de Carlos Pumares, que opina que la película hoy día, en sus escenas violentas, son totalmente digeribles por un público acostumbrado al exceso, considero que no sólo está vigente, sino que incluso su aire «retro», virtud de la estética dieciochesca aplicada al futuro de Kubrick, la hace estremecedoramente irreal e inmediata. Cercana. Si aplicas el oído interno, sabes que puedes escuchar el tic tac del mecanismo.
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