Secuelas de las tormentas en el trópico

La cara oculta de la luna es el negativo de la luna.

Anunciaron tormenta, y por culpa de un insomnio que llegó con la  nocturnidad y alevosía con la que sustraen los cacos en la noche, bajé a la calle a por un taxi. Nadie; así, desnuda y con las luces de las farolas alumbrando la médula de la ciudad, se percibe intranquilidad. Vientos racheados, anunciaron para ese día y el siguiente, entre cincuenta y cien kilómetros por hora; la basura se eleva y vuela de acá para allá, y los semáforos cambian de color sin coche a los que regular. Se hace extraño verlos así, inútiles. ¿Qué sentido tienen las prohibiciones si no hay nada que regular? Un tipo listo debería inventar, como en los casinos que ocultan su decorado cuando avisan de un registro de la policía, un sistema que ocultar las señales por nada. Nada sería lo ideal.

Nadie vendrá, me dije a los diez minutos de esperar en la esquina. Mejor me vuelvo y me tapono los oídos con… Puedo preparar bolas de  harina y sal gorda y tupirme las orejas por completo. Asoma un taxi dos semáforos más allá. Viene deprisa. No es un modelo nuevo; entro por la puerta trasera y noto que los asientos están algo hundidos y el cuero ha perdido brillo. Un treintañero mira por el retrovisor. A Zárate, le digo. Me siento afortunado.

Me fijo cómo sube progresivamente la manecilla del cuentakilómetros. El taxista acelera despreocupado, y me concentro, haciendo un esfuerzo por no dormirme, en el volante. Ha sustituído el original por uno deportivo, con unas aspas en forma de equis y el borde lleno de pliegues. Miro de reojo el perfil del taxista y observo sus gafas de pasta y sus cristales gruesos. No suena música ni la radio del taxi.

Cruzamos dos calles en las que se salta el stop y entramos  por fin en la autopista. Bajamos a toda velocidad por el puente. Nos cruzamos un coche de bomberos en nuestra dirección, que nos adelanta con las luces naranjas parpadeantes, y a la policía en los carriles que van en sentido contrario. El taxista va a más de cien kilómetros por hora y parece sordo al silbido del viento tras los cristales. ¿No tiene ni pizca de miedo? ¿Y si una racha  de viento furiosa encabrita el coche y nos empuja contra el arcén? Me alivio un poco: no cae la lluvia torrencial de la tarde, y pienso en un frenazo, por cualquier motivo absurdo, del único taxista con gafas de pasta adicto a la velocidad  circulando en la ciudad que recoge al único pasajero que aguardaba en la madrugada.

Cuando llegamos a mi barrio veo la basura acumulada en donde encontró un rincón para depositarse; los contendores volcados y las hojas de palmeras sobre la acera y el asfalto a modo de escobas. El taxista pasa por encima de la mugre a toda velocidad y cuando le digo que pare frena en seco; y ni siquiera me dice cuánto es la carrera.

Cojo seis euros con cincuenta céntimos, se los doy y me devuelve diez. Que tenga buena noche, le digo, y él repite lacónico «buenas».

Estoy cansado pero no sé exactamente de qué. Subo a mi casa y me tumbo en la cama, y pienso en mis últimos días con precisión matemática. Me abstraigo de la situación económica y el paro, de las tragedias internacionales y de los dramas locales, y pienso en mis prioridades. Como un lobo en un ecosistema que a ratos le es ajeno aun conociendo cada paraje y su funcionamiento. El lobo sabe dónde está su alimento; qué riscos no transitar por el peligro que conllevan, y si huele a un oso procura evitar su camino. Salvo su instinto básico, reconoce el funcionamiento del bosque, la caída y la entrada del sol, las necesidades de las lluvias y las épocas de apareamiento de las aves; pero es incapaz de aprovechar la ventaja de observar el bosque como si viviera fuera del mismo. ¿Qué pensar de quien conoce y, aletargado en su propia existencia y su conformismo, no aprovecha los resquicios y fracturas del sistema en su propio beneficio?

Pues la primera responsabilidad del hombre es su propia supervivencia.

Se hace extraño explicarlo para un lobo: para mí, la caricia del sol en la mañana y compartir mi aparato sensorial -vista, oído, tacto, gusto, olfato, espíritu- con el espacio en movimiento -yo recortado sobre un pasiaje, el  paisaje como un mago que me hipnotiza con sus ilusiones, la fusión de ambos en un todo sincrónico- me produce una satisfacción tal que todo lo demás tiende a importarme una mierda.

La importancia de estar/sentirme vivo por encima de la utilidad y el manejo de mi vida/prioridades.

El mundo padece una fiebre salvaje y ni siquiera las películas de Disney son lo que eran: en Tiana y el sapo impera la tesis de que aquello que deseamos sólo se consigue con mucho esfuerzo. ¿A qué paraje lúgubre desterraron la máxima disneiana de que los sueños pueden hacerse realidad…? Si nos niegan la esperanza, no nos quedan argumentos con que enfrentarnos al mundo.

Pero qué se yo de la metafísica si soy un lobo que coge taxis en las noches de tormenta.

Imagen: aslp8asokhun.blogspot.com.

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Sobre el Autor

Julio

La idea de este blog nació de la pasión por escribir y compartir con otros mis ideas. Me interesa la escritura creativa y la literatura en general, pero también la web 2.0, la educación, la sexualidad... Mi intención, en definitiva, es dar rienda suelta a mis pasiones y conocer las de otros; las tuyas. ¡Un saludo!

11 Comentarios

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    • @Ángel: ¡Hola poeta! Mira, esa perspectiva me ha sorprendido y ahora me has dejado con el gusanillo de trabajar el texto con paciencia para ver qué sucede con el taxista. ¡Un abrazo! 😀

  • Las noches de tormenta siempre le hacen pensar a un@. Parece que la mente funciona a más velocidad cuando el viento golpea las ventanas, y la lluvia amenaza con caer a plomo sobre nuestras cabezas.
    A veces hay que perderse para poder encontrarse posteriormente, con una visión diferente de las prioridades y del entorno que nos rodea.
    Tú fuiste un lobo listo, amigo, en cinco minutos que tardé en llegar a casa, yo era una loba mojada xD Todo por no coger un taxi.

    😛 Saludos torrijilla

    • @Kiram: Pues sí, es como si hubiera un lazo entre la naturaleza y el espíritu: cuando ésta está agitada, el espíritu se calma, como una especie de ying y yang. ¡Una loba mojada! Es que hasta hablando normal te salen imágenes eróticas :clown: , no tienes remedio. Las torrijas engordan que no veas, pero qué ricas… ¡Otro besote! 😀

  • @Julio es que mantener un taxi en activo una noche de tormenta… ese hombre se merece al menos un capítulo 🙂

    Por cierto, ¿te suena un taxista poeta en Las Palmas? Una vez me recogió uno que empezó a recitarme unos poemas, luego me dió un folio fotocopiado por las dos caras con reflexiones y poemas suyos. Una experiencia de esas que solo pueden pasarte en un taxi. 🙂

    • @Ángel: Sí, claro, el taxista-poeta, no sé si sigue trabajando pero en su época tuvo mucha publicidad y no sé si llegó a publicar sus poemas, sé que salió en La Provincia si no recuerdo mal. Yo no he tenido esa suerte, seguro que es una experiencia interesante, sobre todo por conocer a la persona. 😀

  • A mí los taxistas me caen fatal. El 90% de los taxis que cojo (que son muchos, porque con el curro me estoy todo el rato moviendo y no tengo carné de conducir) son fachas, pero fachas. De ese grupo, una gran parte intentan comerte la cabeza… Cosa que he aprendido, si un taxista te pregunta qué estudias, NUNCA hay que decir Historia, o te empezará a decir las magníficas cosas que hizo Franco… En fin.
    El resto son gente normalita, ojalá me hubiera encontrado con el taxi-poeta, habría sido mucho más interesante…

    Y Julio, no hay palabras mal escritas… si no mentes mal pensadas. ¡Mente sucia! xD

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