T01, E10: revolución
Un día vamos a darle la vuelta a las tablas de la ley de Dios y vamos a escribir otras en letra pequeña.
Ni para ti ni para mi, ni para el otro. ¿Para quién, dime? Para la realidad material, certera, del tiempo, de la ciudad y el campo, de la ballena y la gaviota.
Vamos a prepararnos y preparar a nuestros hijos para la revolución que ha de llegar en este siglo.
Una revolución necesaria, consecuente, donde se restituya el sacrificio como valor. La revolución no es la del Bolívar o la de Robespierre, porque nos gusta más de Ghandi; firme, violenta en su silencio, pero que podemos transformar porque una protesta no es una revolución. Y porque no necesitamos gritar para tener razón. Bueno, padres, esa educación está muy bien: pero ahora vamos a recuperar el homínido interior y hacerlo en grupo. En masa.
Tomemos las calles. No os queremos, estructuras -esa palabra posee tanta vida como el residuo del plástico- viejas, contemporáneas, perpetuadoras, ni de izquierdas o de derechas, no a la dualidad del blanco y negro: necesitamos las nuevas. La búsqueda, entonces. No necesitan ser nombradas. No hay que describirlas. Están ahí, como el abrazo -tan cierta como que te escribo en esta bitácora-, no como una postura espiritual vana, como una pose burlona del sentimiento, como una teoría de autoayuda estafadora. Es una lágrima real ante el cementerio o un juguete dado a un niño: acércate al recuerdo de estas sensaciones, escucha tu respiración leyendo este texto, y si te detienes atento te palparás los latidos. Una revolución tan cierta como el pinchazo de una aguja en un labio.
No hay mundo dado por hecho ni mundo que no se transforme.
Vamos a doblar el cabo de la buena esperanza.
Nuestro pasaporte solo tiene una palabra.
Voy a repetirlo para los incrédulos que piensan que necesito un batido de tranquimazines.
Mis hijos, o los hijos de mis hijos, o los tataranietos de estos, harán una revolución necesaria, complementaria, asociada.
No una revolución para llegar a otro modelo caracterizable; revolución para cambiar el significado mismo de revolución.
No vamos a poder estar indefinidamente con el culo pegado al asiento: traslademos nuestras ideas. La palabra es más fuerte que la espada: si no, ¿por qué no sacan el ejército a las calles del mundo? Porque atacan la palabra, la extirpan y la transforman en la nueva palabra.
Ahora hemos hecho lo que no pensábamos que podíamos hacer porque nadie en su asombro se atrevió.
Hemos dado la vuelta a las tablas de la ley de vamos a escribir otras, más pequeñas, o más modernas o antiguas, porque no se trata de cambiar el cuarto en que vivimos
sino la percepción de las dimensiones del cuarto
la materia con que vemos el cuarto
No necesitamos un crecimiento sostenible ni una aldea global u otros conceptos erráticos y soldados a fuego lento.
Una revolución: un cambio de estructura de clases, una amalgama de nuevo diseño de la realidad. Si Egipto pudo nosotros, que no tenemos dictadura, podemos más. El cambio va a ser. Va a tener que ser.
Es imparable a los ojos pesimistas y de los charlatanes que leen y se sonríen sarcásticos retorcidos en su propio sedentarismo y aceptación. Los que leen curiosos las protestas contra los terratenientes pensando que ellos en su primer mundo ya tienen un juez, un médico, un sacerdote y un maestro a su disposición, cuando no advierten que el juez, el médico, el sacerdote y el maestro forman parte del mismo decorado de cartón piedra. Y los que no quieran ir que no vayan: los que vayan, hombres y mujeres libres, estarán ahí para todos. No importa ya qué grupos permanezcan con temor a lo que pueda llegar porque van a formar parte igualmente de la paz tras la revolución.
Porque este mundo es insoportable. Insoportable desde los medios, desde la estructura, desde las convenciones. No vi a nadie jamás rechazar un abrazo. ¿Y entonces, en qué lugar dejamos, qué decisiones hemos tomado, culpables todos, muertos y vivos, el mundo de hoy?
Vamos a hablar de la revolución. De una y de todas. ¿Qué tipo?, me preguntan: una, una revolución, revolución de revoluciones, una revolución por nombrar, una revolución que nos lleve a un nuevo momento de paz y de reconciliación con la realidad. (Como el amor, solo nos ronda cuando escucha su nombre).
La revolución de este siglo. Hablemos del cambio. ¿Qué revolución quieres tú? Coge el cincel y talla en el reverso de las tablas de la ley, ¡no ves cómo se hunde la punta en la piedra y se abre a tu golpeo!
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Yo quisiera creer. Creer en una revolución cincelada en la piedra y que penetre ondo el cincel, pero y de verdad se puede conseguir derribar las tablas de la ley, y los escenarios de mentira? Podrás pensar de mi que soy una comodona, que me resignoy que amontono mis huesos. No te quito razón si asi los hicieres. Se nota y se ve un cambio , tiene que haberlo es justo y necesario, y sólo las masas pueden lograrlo, si las dejan. Esos momentos de paz despues de una revolución se consiguen tras una guerra, casi siempre. Y luego volvemos a las andadas poquito a poquito , otras tablas de la ley se crearan para los ingenuos y otros escenarios de mentiras adornados con luces de colores engañarán nuestros ojos. Seré demasiado pesimista ? Creo que un poco si.
Un abrazo 😀
Eres pesimista, y ahí radica también la imposibilidad de una revolución: la apatía. 😀
Creo que la revolución empieza por aquí
Buenísimo. 😀