Carta a Leonor Watling
No sé que me ocurre con las mujeres artistas. Los que menos me conocen atenderán a los juicios simples y lógicos: soy escritor, me gusta la cultura, esa expresión artificial que cambia de siglo en siglo o, quizás, día a día; adoro el arte. Y las mujeres inteligentes, en el amplio sentido, mujeres que me alumbren con sus misterios y sus saberes, sus inquietudes, sus curiosidades, mujeres no de mundo sino de galaxias. Pero ¿qué tendrá que ver eso con la seducción irresistible que me produce el haberte visto cantando en directo en Las Palmas el pasado sábado? Pocas mujeres transmiten -y ninguna actriz española, incluyendo Nawnja- la fascinación que me produces…
¿Qué tienes, Leonor? No podemos dejar de lado que la naturaleza te ha dado un hermoso equilibrio facial. Se te ha conformado un cuerpo esbelto, seductor, de mirada enigmática, cuya voz parece esconder un misterio previo a la articulación de las palabras. Adoro tu desnudo en Son de mar. Probablemente esté entre los dos o tres mejores pechos filmados jamás en el cine. Y tus desnudos artísticos en revistas… Eres totalmente consciente del efecto en la cámara, en los ojos que te ven a escondidas o en pareja, en mútiples orgías de butacas de cine o teatros. No podía ser de otra forma o no poseerías el atractivo que se te supone.
¿O es la seducción del show business, los antiguos caballeros de la orden del rey Arturo subidos a la brida del escenario, las lanzas caen como conos de cenizas desde los focos y allí, en medio, tú cantando las canciones de Marlango como himnos épicos, historias comunes, un chorro de sentimientos recordando tiempos heroicos, ya sean emocionales o reales o ambos?
Puede ser todo eso y mucho más. Pero no cabe duda, Leonor, de que podría pasarme un ratito semanal, por las tardes, en un café céntrico o en una tetería, escuchándote hablar del backstage de los artistas, las relaciones con los mánagers, el cine, la música, la vida de 37 años que te pasa por delante. Espero que, dentro de todo, la tortilla francesa o los panqueques te salgan horribles porque, si no, vamos a tener un problema de idealización grave.
Sin embargo, no dudo de que hay sutilezas que me atraen más allá. Es la idealización de tu intelecto. ¿Qué hay más erótico que un cerebro activo, lleno de matices, sensible, que te aprisiona en cada oración, ya sea yuxtapuesta o subordinada? Y aparte de esto: ¿qué ocurre cuando se abandona todo ese repertorio y se baja a las entrañas de la persona, la mujer en sí misma?
Que te quedas aplaudiendo, como un mono con platillos al que han dado cuerda, durante veinte minutos. Me gusta tener una Leonor Watling en mi vida, aunque sea para no perder el impulso adolescente y la mirada madura de desear a una artista. Cantemos este vals, Leonor, juntos, en esta región perdida de mi cerebro, y dejemos que mi memoria guarde toda esta fantasía y la concluya como a ella le plazca.
[email_link]
Buenisimo. Cooperador con este hombre, falto de palabras, que sintio todo eso en un instante. Instante del cual todavia la resaca dura – y la sensacion tambien – de que nunca lo iba a poder describir. Saludos desde Argentina!
¡Gracias Pablo! Es que Leonor es mucha Leonor… 😀
Simplemente sublime. Felicidades a su autor, pues comparto los mismos pensamientos, aunque no tenía las palabras adecuadas para expresarlos.
¡Hola Luis! Pues muchas gracias, me alegro de que te haya gustado. Y es que Leonor es un sex symbol. Un abrazo grande. 😀