Escalando la montaña
Pasó a unos metros, cogida de la mano por una amiga, y entró en el Siete Viejas, una tasca que estaba hasta arriba de gente y en la que pedir algo era una tarea casi desagradable. Fue ayer jueves, el día de la semana en el que se ha puesto de moda una ruta de tapas y que congrega a miles de personas en la capital.
La reconocí al insante. Seguía igual de delgada, de metro setenta y poco, rubia de ojos de color miel, con un corte de pelo muy moderno que me recordó al de Emeli Sandé. Siempre le quedó bien el corte masculino, con el pelo muy ondulado, la raya hacia un lado y acabado en tirabuzones, que le hacía un rostro tan bello como el de la aviadora O’Conell en Doctor en Alaska, ¿la recuerdan? Un rostro limpio, una frente despejada, una nariz delgada y de punta respingona, los labios amplios y delgados que formaban dos agujeritos a los lados cuando se sonreía, que era casi siempre.
La conocí un 31 de diciembre: ¡como para no recordarlo! Le encantaba Gustav Klimt y nos pasábamos algunas tardes opinando, recostados en su chaise longue, sobre las láminas que traía el libro que guardaba como un tesoro en su librería. Dejaba mi bicicleta en la entrada de su casa y ella me esperaba en lo alto de las escaleras de un piso moderno; tenía un gusto muy vanguardista para la decoración y seguía las tendencias. Le gustaba llevar las blusas holgadas, cayendo al hombro, porque tenía unos hombros y un cuello preciosos, siempre bronceados, y como era afortunada los pantalones vaqueros de pitillo le sentaban como un guante en unas piernas bien torneadas y que, paseando juntos por la avenida marítima, le hacía ganar apuestas sobre si este o aquel chaval se giraría a mirarla. Unas cuantas Coca Colas se ganó a mi costa. Me gustaba dejar que ganara; me gustaba verla feliz y ella era cómplice. Nos reíamos.
Una tarde de primavera fui su héroe. Llevábamos unas semanas teniendo citas todos los domingos. El resto de la semana, desaparecidos en combate. Al cruzar un paso de peatones, la detuve instintivamente con mi brazo para luego cogerla de la cintura y subirla a la acera. A los pocos segundos cruzó un coche a toda velocidad. Me pareció de lo más natural. Pero ella, que ya no veía por su ojo izquierdo, me abrazó y me dijo que le había salvado la vida. En efecto, no lo vio, pero tampoco vio que el semáforo estaba en ámbar y podría pasar algún coche todavía. Me sonreí y le hice entender que eso solo sucede en las películas y que le había avisado que no caminara tan rápido en los cruces. Para quitarle hierro al asunto, porque me parecía una tontería, recuerdo que empecé a enumerar: «entonces, soy atractivo, sexy, interesante, y encima un héroe, ¿no crees que ya es abusar?». Suficiente; con su tono irónico y su paso ágil:
-¿Ahora te voy a tener que aguantar haciéndote el chulito?
No recuerdo qué pasó después, pero apostaría que continuamos con la broma hasta llegar a su casa.
Pero no era solo el ojo. Muchos órganos de su cuerpo estaban afectados por una variedad de enfermedad autoinmune y requería cuidados. Batallaba contra su cuerpo y había épocas, según me contó, en que bajaba muchos kilos y luego los recuperaba con mucha paciencia. Era impactante escucharla sobre los informes y cuidados que le decían los médicos. Y daba perplejidad ver a una mujer con mayúsculas con ese aspecto exterior de vitalidad y su drama interior.
Los meses pasaron y por razones que solo saben los amantes dejamos de vernos. Bastantes meses después volvimos a vernos; nos dimos un abrazo, charlamos y continuamos nuestro camino. Siempre admiré sus valores y el corazón tan grande que tenía. Es de las personas que más me he llegado a preocupar en mi vida. Era muy irónica y en esas batallas nos divertíamos a la vez que nos comunicábamos; sabía escuchar e interesarse por tu vida y tus gustos, y además tenía esa inteligencia que sabe reconocer las cosas con muy pocas pistas. Sin embargo, lo que teníamos no estaba basado en la lástima o un sentimiento negativo de fondo, sino en pura y simple química: nos gustábamos, no había más.
Vi de nuevo a la amiga volviendo del baño con ella, guiándola. Probablemente vería bien de cerca, pero no es improbable pensar que la afección del ojo derecho -del que había perdido un porcentaje de visión no muy grande- le hubiera aumentado y entre la multitud que se agolpa los jueves por la noche es bastante fácil que se pierda o la puedan empujar o golpear. La vi a continuación charlando con las amigas. Llevaba una de esas blusas blancas que dejan al descubierto un hombro y una minifalda a juego. Siempre tuvo unos pechos de calendario y realmente estaba imponente. Es apenas tres o cuatro años menor que yo: debe rondar ya los 35. Pero sí estaba demasiado delgada incluso para su constitución habitual. Me dio el pálpito de que quizás estaba en uno de esos momentos agudos.
Tuve el impulso, que contuve, de saludarla, darle un abrazo y preguntarle cómo estaba. Pero ya nos habíamos cruzado alguna vez y su mirada y sus gestos no eran nada agradables conmigo, a pesar del paso de los años. Los años curan pero a veces no se quiere perdonar por algún motivo y me parece justo; lo respeto. Luego medité si hablarle a una amiga que estuviera aparte y preguntarle por cómo estaba. Me gustaría que estuviera bien y que estuviera pasando por un momento bueno de salud, que se hubiera detenido el proceso o ralentizado mucho; no es improbable que yo estuviera equivocado y que estuviera, simplemente, un poco más delgada por cualquier otra circunstancia. Durante unos segundos me angustié pensando en su salud, porque además tuve la fortuna de que cuando estuvimos juntos ella estuvo en una buena época, incluso tiempo después de dejarlo.
Como es una tía grande, con una fortaleza interior poderosa, y aquellos minutos de dudas se los llevó la noche, a la que me entregué más tarde, me pareció que podría escribirle algo en el blog. Un homenaje anónimo, si se quiere llamar así. Y relacionando pensamientos con la cantante Emeli Sandé, a la que he descubierto hace poco, he encontrado una canción de su álbum que puede significar no tanto aquella relación, de la que me guardo todo lo bueno que nos dejamos, sino mi fuerza, mi energía positiva, mi pensamiento de amor y cariño hacia una mujer que se lo merece. Para ella, va, pues, esta canción, y este homenaje anónimo de este momento mío vital de plenitud, felicidad, autoestima, de fortaleza, de confianza en mí mismo que trato de llevarle a ella a través de esta canción. Subiendo la montaña desde la otra cara, empujándola como un viento que la ayude a escalar. Y un beso dulce y compañero. Espero de corazón que estés bien y que en el futuro estés mucho mejor, luchadora bella.
He said I’m going to have a bed with lots of pillows And that we’re going to build a house with lots of windows And when we have the kids we’ll tell them to remind we Of where we were and how so we never get lazy
Yeah we’ll climb mountains Climb mountains together Yeah we’ll climb mountains Climb mountains together
I’d never work these hours if I didn’t love you My hands are always red and sunshine I sleep through If you say we’re going to move somewhere with neighbours less crazy You know I’m going to be there, because I trust my baby
Yeah we’ll climb mountains Climb mountains together Yeah we’ll climb mountains Climb mountains together
I keep my fingers crossed that we’re going to be able I touch the wood for luck, on our broken table I know that it’s our heart that’s going to save us If we never come back how can they blame us?
Yeah we’ll climb mountains Climb mountains together Yeah we’ll climb mountains Climb mountains together
Yeah we’ll climb mountains Climb mountains together Yeah we’ll climb mountains Climb mountains together
Me parece un detalle precioso el que le hayas escrito este bonito homenaje a tu amiga. La canción es muy bonita, no la conocía. Espero y deseo que la homenajeada gane la batalla a su enfermedad.
Un abrazo para ambos.
Gracias, me nació hacerlo y cuando me propongo algo, voy directo. Yo también lo espero. Un besote y gracias por tu comentario, me encanta que haya más gente que lo pueda entender. Muá. 😀