En realidad no eres escritor: sintomatología
En realidad no eres escritor. Tú crees que lo eres o que lo quieres ser, que es bien diferente. Sufres una sintomatología que se ha transformado en pandemia.
En primer lugar, padeces la fiebre del oro de esta época postmoderna, en la que ser escritor está más que bien visto; posee una gran visibilidad y respeto social: ¡Oh, eres escritor! ¡Oh, aquel ganó el premio tal y cual! ¡Oh, mira, mira, qué bien escribe!
A esta sensación, que no es sino una peculiaridad histórica, como en otro tiempo ser Cardenal u Obispo era glorioso, le sumamos la fama que acarrear ser escritor -y bueno, digo-: la posibilidad de ser famoso a través de los medios de comunicación con una facilidad nunca vista antes -redes sociales, blogs, etc. etc.-, la de tener un objetivo en la vida: ser adorado por los demás. No te culpo por eso: le das una patada a una piedra, como dije ya hace tiempo, y surgen quince poetas y narradores. Como las plagas, igual. Todo el mundo quiere ser escritor, o escribe -y, a la espera de un par de halagos, fácilmente sospecha que lo puede ser-, o considera que no es difícil serlo.
El segundo padecimiento es navegar por la red buscando información sobre cómo ser un buen escritor o escribir una novela. ¿Eres de esos? Esto es fantástico para los escritores y las empresas que venden productos y servicios: manuales, talleres de escritura, etc. Muchos te ofrecen servicios de revisión y te dan informes de lectura: están a la busca y captura de los anónimos desposeídos de talento -el 99%- que van buscando la fama, publicar porque piensan que la literatura es eso, publicar y ser leído, y recurren a la autopublicación como último remedio. Tener 1000 seguidores en Facebook y 4000 en Twitter y vender 400 libros no te hace escritor. La clave no es la venta. La clave es que te guste escribir. La clave es que tengas voz propia, que tengas tu estilo.
El tercer padecimiento es que los que buscan información no pasan horas en la biblioteca, privada o pública, buscando manuales, leyendo novelas, poesía, relatos. Lo buscan a un clic de distancia. Van a lo inmediato: quiero la información y la quiero fácil, ya, y al grano. Escribir no es fácil, y escribir bien es muy difícil. Hacer arte es otro nivel. Las ciudades están llenas de aspirantes a Rimbaud.
El cuarto padecimiento, y el más grave, es que no lees lo suficiente. Y, además, lees mal, en el sentido de que no eres capaz de captar la arquitectura, el estilo, la artesanía de lo que lees. No solo lees mal sino que, encima, eliges mal tus lecturas. De ahí nacen esos bodrios que escribes: no te engañes. Están los autores canónicos, que rechazas, y te hinchas a novela negra, cuentitos y poetas del tipo Benedetti, sencillos de leer y, para qué engañarnos, adoro a Benedetti, pero no lo pondría en el altar de mis poetas o narradores favoritos: Valèry, Dickinson, Pizarnik, Neruda, Rilke, Elliot, Kipling, por poner algunos que he releído -ojo a esto-, a años luz. Mejor cuentista que poeta, si les soy sincero.
El quinto y último padecimiento es que no escribes. No, no escribes. ¿Cuántos poemas o relatos has escrito? ¿Cien? ¿En cuántos años? Es que no trabajas lo suficiente tu escritura y así te va. Piensas que unos cientos de poemas y relatos son suficientes, y ya no cuento el mal derivado de esta apatía gandula: que no revisas.
Así que quieres ser escritor, ver tus libros en las librerías del país y que te adoren: porque piensas que lo vales, buscando la guía mágica en Internet, gastándote dinero en manuales, etc., leyendo mal y poco y, además, no escribes lo suficiente.
Tú no eres escritor. A ti te gusta escribir. Ves la diferencia.
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