La doctora Woolf y Miss Dalloway

Con La señora Dalloway, Virginia Woolf nos introduce en la mente de los personajes para deleitarnos con una de sus mejores novelas (aseguran que las otras dos son las posteriores Al faro y Las Olas, pero yo me niego a omitir Orlando).

Woolf creó un lenguaje capaz de describir, de forma veraz, la subjetividad humana. Encontramos, en la novela, un equilibrio, que es ajeno al experimento formal de la autora. Asistimos, pues,

al delicado e incierto tramado de ocurrencias que protagonizan un puñado de seres humanos en una cálida jornada de verano, por las calles, parques y viviendas del centro de Londres. La vida está siempre allí, en cada línea, en cada sílaba del libro, desbordante de gracia y de finura, prodigiosa e inconmensurable, rica y diversa en todos sus instantes y posturas. «Beauty was everywhere», piensa, de pronto, la extraiada cabeza de Septimus Warren Smith, a quien el miedo y el dolor llevarán a matarse. Y es verdad; en La señora Dalloway el mundo real ha sido rehecho y perfeccionado de tal manera por el genio deicida del creador que todo en él es bello, incluido lo que en la deleznable realidad objetiva tenemos por sucio y por feo.

(Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras, Alfaguara, 2002)


La maestría de Woolf, además, se plasma en la audacia de cómo presenta al narrador. Éste rehuye el mundo exterior para adentrarnos en la mente de los personajes, disolviendo el mundo en las conciencias de los personajes hasta llegar a nosotros. Y, además, su maestría reside

en la sabia alternancia del estilo indirecto libre y del monólogo interior, y en una alianza de ambos métodos narrativos. El estilo indirecto libre, inventado por Flaubert, consiste en narrar a través de un narrador impersonal y omnisciente —es decir, desde una tercera persona gramatical— que se coloca muy cerca del personaje, tan cerca que a veces parece confundirse con él, ser abolido por él. El monólogo interior, perfeccionado por Joyce, es la narración a través de un narrador personaje —el que narra desde la primera persona gramatical— cuya conciencia en movimiento es expuesta directamente (con distintos grados de coherencia o de incoherencia) a la experiencia del lector. Quien cuenta la historia de La señora Dalloway es, por instantes, un narrador impersonal, muy próximo al personaje, que nos refiere sus pensamientos, acciones, percepciones, imitando su voz, su deje, sus reticencias, haciendo suyas sus simpatías y sus fobias, y es, por instantes, el propio personaje cuyo monólogo expulsa del relato al narrador omnisciente.

(Mario Vargas Llosa, La verdad de las mentiras, Alfaguara, 2002)

La acción transcurre en un solo día de Junio, excepto en los flashbacks que suceden en la novela. El fluir de la conciencia tanto en La señora Dalloway como en otras de sus novelas fueron responsables, en gran medida, de que se compare éste aspecto de su narrativa con el de novelas como el Ulysses de James Joyce (que fue anterior a La señora Dalloway y del que Woolf declaró que le parecía un bodrio de novela). Clarissa, la protagonista, nos lleva y trae de la mano en una novela maestra de la literatura universal. Un buen modo de adentrarse en el universo Woolf.


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Sobre el Autor

Julio

La idea de este blog nació de la pasión por escribir y compartir con otros mis ideas. Me interesa la escritura creativa y la literatura en general, pero también la web 2.0, la educación, la sexualidad... Mi intención, en definitiva, es dar rienda suelta a mis pasiones y conocer las de otros; las tuyas. ¡Un saludo!

4 Comentarios

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  • «Ulysses» (1922) es anterior a «La señora Dalloway» (1925). A menos de atribuir virtudes parapsicológicas a Joyce (circunstancia que no me atrevo a negar, pero que a día de hoy no ha sido demostrada), así como una asombrosa capacidad para anticipar una novela inexistente y dejarse influir por su rutilante concepto del fluir narrativo, es difícilmente admisible la tesis de que la novela de Woolf fuese responsable de la obra de Joyce. Un mínimo fundamento en las valoraciones no sería del todo desaconsejable para la credibilidad de escritos como el presente, que, de tan entusiastas y deseosos de elogiar la obra que tratan, acaban inventando méritos a un libro de por sí admirable. Antes de sentar juicios hay que informarse.

  • ¡Gracias por tu comentario! Y por el error, que existe. Ahora comienzo con lo divertido.

    ¡Es que yo creo que Joyce tenía poderes y que las tragedias de Shakespeare las escribió el Conde de Oxford!

    Esto lo pensaba Freud: ¿acaso tú, osado, te hubieras atrevido a desmentirlo? Eres un abusón. 😉

    César, qué exigente eres. ¿Porqué me angustias con tu «A menos de atribuir..» hasta «de la obra de Joyce»? El párrafo parecía no acabar nunca.

    Es el fluir de la conciencia, no el «fluir narrativo». Pero te perdono porque sé que, de tan entusiasta y deseoso de señalar el error del artículo que lees (en vez de buscar un buen aparato crítico sobre la novela y la autora, si quieres te recomiendo), acabas inventado propósitos para justificar el error.

    Eso parte de que, parece ser, crees que tengo alguna credibilidad. ¡No tengo ninguna! Me dejo arrastrar por lo que es la enfermedad de disfrutar estéticamente de la lectura.

    Te agradezco, de todas formas, que señales el error (que es aún peor porque ¡no sé copiar!, ya que leía La verdad de las mentiras de Vargas Llosa, que cito en el artículo, y contrastaba con mi experiencia leyendo la novela), que rápidamente corrijo.

    Un abrazo…rutilante.

  • Buena forma de corregir el error: no me extraña que Woolf tuviera esa opinión acerca de Ulysses (aunque la verdad es que a mi me gusta).

    Y si he sido irónico y algo desagradable en mi comentario, lo hice más que nada porque vi el error muy claro y, por qué no decirlo, por joder un poco. Pero sin malicia, eso sí.

  • Bueno eso lo sabía, César Imperator, que fue por joder, pero te perdono porque hoy me toca perdonar a un vivo (cada día perdono a uno) y hoy te tocó. Compra lotería porque estás en racha.

    Bromas aparte, gracias por la visita, los comentarios (agrada eso de debatir con alguien que conoce la literatura bastante bien).

    Y estás invitado irónicamente (o no) a volver y comentar cuando te apetezca, errores incluídos, ¡pero no te me conviertas en inquisidor! 😉

    Un abrazo,
    Julio.

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